De La Vieja Italia
DE LA VIEJA ITALIA
El caballero Leonardo nutre en la soledad el mal
humor que ejercita en riñas e injurias. No lo consuela su
palacio y, lejos de gozarlo, se aplica a convertirlo en caverna
horrenda y sinuosa, en castillo erizado de trampas. Allí
interrumpe el silencio con el aullido de cautivas fieras atormentadas.
Recorre la ciudad desgarrando el velo medroso de la media noche con los
golpes y las voces de secuaces blasfemos.
Antes de amanecer, con miedo de la luz, se recoge a
descansar de la peregrinación desnatural. Huye de mirar la
belleza en la alegre diversidad de los colores repartidos en edificios
y jardines, y solaza los ojos en la oscuridad confusa y en la sombra
llana.
Encuentra en lecturas copiosas el consejo que induce
a la maldad y el sofisma que la disculpa. Entretiene, por el recuerdo
de encendidas afrentas, el odio hético y febril. Desvela a sus
malquerientes con la amenaza de infalibles sicarios, con la intriga
perseverante y deleznable, con la interpresa en que ocupa gentes de
horca y de traílla.
Sigue sin esfuerzo la austeridad que endurece el
alma de los malos. Niega extraterrenos castigos y venturas con amarga e
imprecante soberbia. Desafía el sino de la muerte sangrienta que
despuebla su alcázar. Espera de su erizado huerto el prometido
talismán de alguna flor de rojo centro en cáliz negro.
Viste entretanto de luto el caballero siniestro y medita bajo el torvo
antifaz.
Está rodeado de miedo y de silencio el
palacio en que de día descansa o traza para la noche su delito.
Morada ruidosa, ufana de antorchas, desde que las sombras agobian el
resto de la ciudad, y urna de recuerdos y leyendas desde que el
cadáver del enlutado señor muestra en el pecho abierto
manantial de sangre, y figura el absurdo talismán. El pueblo se
apodera de esa vida, y dice, con sentimiento pagano, que fue
víctima de la noche y de sus vengativos númenes
guardianes.
El caballero Leonardo nutre en la soledad el mal
humor que ejercita en riñas e injurias. No lo consuela su
palacio y, lejos de gozarlo, se aplica a convertirlo en caverna
horrenda y sinuosa, en castillo erizado de trampas. Allí
interrumpe el silencio con el aullido de cautivas fieras atormentadas.
Recorre la ciudad desgarrando el velo medroso de la media noche con los
golpes y las voces de secuaces blasfemos.
Antes de amanecer, con miedo de la luz, se recoge a
descansar de la peregrinación desnatural. Huye de mirar la
belleza en la alegre diversidad de los colores repartidos en edificios
y jardines, y solaza los ojos en la oscuridad confusa y en la sombra
llana.
Encuentra en lecturas copiosas el consejo que induce
a la maldad y el sofisma que la disculpa. Entretiene, por el recuerdo
de encendidas afrentas, el odio hético y febril. Desvela a sus
malquerientes con la amenaza de infalibles sicarios, con la intriga
perseverante y deleznable, con la interpresa en que ocupa gentes de
horca y de traílla.
Sigue sin esfuerzo la austeridad que endurece el
alma de los malos. Niega extraterrenos castigos y venturas con amarga e
imprecante soberbia. Desafía el sino de la muerte sangrienta que
despuebla su alcázar. Espera de su erizado huerto el prometido
talismán de alguna flor de rojo centro en cáliz negro.
Viste entretanto de luto el caballero siniestro y medita bajo el torvo
antifaz.
Está rodeado de miedo y de silencio el
palacio en que de día descansa o traza para la noche su delito.
Morada ruidosa, ufana de antorchas, desde que las sombras agobian el
resto de la ciudad, y urna de recuerdos y leyendas desde que el
cadáver del enlutado señor muestra en el pecho abierto
manantial de sangre, y figura el absurdo talismán. El pueblo se
apodera de esa vida, y dice, con sentimiento pagano, que fue
víctima de la noche y de sus vengativos númenes
guardianes.
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