El Convite
EL CONVITE
Thais era una cortesana de la antigüedad. Su
nombre constaba en la obra perdida de Menandro. El tiempo respetaba su
juventud y yo no he encontrado en los residuos de la era clásica
ninguna señal de su muerte.
He leído una hazaña de su perfidia en
un documento reconstituido. Si yo no revelara a los hombres ese
episodio, faltaría a los consejos de la moral de Plutarco.
Thais atrajo sus amantes a una celada,
después de reconciliarlos mutuamente. Se acomodaron en unas
curules de marfil, dignas de un senado de reyes. La mujer los
dejó maravillados y suspensos con la bizarría de su
imaginación y les ciñó una corona de adormideras,
mientras arrojaba al fuego un laurel seco. Ese laurel había
bastado para defender la vida de un héroe en la empresa de
visitar los infiernos.
Los invitados quedaron embelesados y perdidos en la
incertidumbre.
Thais había abolido su entendimiento y les
había inspirado la ilusión de estar siempre en medio de
los preludios del alba. Oían a veces un himno desvanecido en la
bruma cándida. Lo entonaban unas jóvenes coronadas de
jacintos.
Las arpías y las quimeras tejían un
vuelo circular y bajaban a colgarse de los brazos de un árbol
insociable.
Thais era una cortesana de la antigüedad. Su
nombre constaba en la obra perdida de Menandro. El tiempo respetaba su
juventud y yo no he encontrado en los residuos de la era clásica
ninguna señal de su muerte.
He leído una hazaña de su perfidia en
un documento reconstituido. Si yo no revelara a los hombres ese
episodio, faltaría a los consejos de la moral de Plutarco.
Thais atrajo sus amantes a una celada,
después de reconciliarlos mutuamente. Se acomodaron en unas
curules de marfil, dignas de un senado de reyes. La mujer los
dejó maravillados y suspensos con la bizarría de su
imaginación y les ciñó una corona de adormideras,
mientras arrojaba al fuego un laurel seco. Ese laurel había
bastado para defender la vida de un héroe en la empresa de
visitar los infiernos.
Los invitados quedaron embelesados y perdidos en la
incertidumbre.
Thais había abolido su entendimiento y les
había inspirado la ilusión de estar siempre en medio de
los preludios del alba. Oían a veces un himno desvanecido en la
bruma cándida. Lo entonaban unas jóvenes coronadas de
jacintos.
Las arpías y las quimeras tejían un
vuelo circular y bajaban a colgarse de los brazos de un árbol
insociable.
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