El Festín De Los Buitres
EL FESTÍN DE LOS BUITRES
Había pedido la seguridad y el atrevimiento
después de sacrificar a su mujer. La había sorprendido en
una entrevista con el enemigo y le infirió la muerte antes de
escuchar la primera disculpa.
Había quedado solo y casi inerme. La tribu
peregrina había sucumbido en la porfía con
ejércitos regulares. El superviviente no contaba otros bienes
sino su caballo y un carro encomendado a la fuerza de sus canes y en
donde se guarnecía de la lluvia. Habría muerto de hambre
si no se atreviera con las raíces incultas y con las viandas
aprovechadas por los gitanos en su dieta indigente.
Recibía a cada instante una advertencia de la
suerte. Llegó a desconocer el ruido de sus propios pasos y
giró sobre sí mismo para defenderse. Un aparecido
acostumbraba interrumpirle el sueño, violentando la puerta de su
vivienda en medio de la jauría consternada.
El proscrito decidió abandonarse a merced de
los sucesos. Se encontró fortuitamente con una mendiga lastimosa
el día de caer prisionero y de ser victimado. La ancianidad la
había convertido en una grulla de muletas.
La mendiga deseaba el fin de la guerra continua, en
donde había perdido sus hijos, y se prestaba al oficio de
espía.
Los vencedores sobrevinieron por vías
distintas y desvanecieron el último ademán de la defensa.
Lo hirieron a satisfacción.
La mendiga se limitó a sellar con un
puño de tierra la faz del héroe.
Había pedido la seguridad y el atrevimiento
después de sacrificar a su mujer. La había sorprendido en
una entrevista con el enemigo y le infirió la muerte antes de
escuchar la primera disculpa.
Había quedado solo y casi inerme. La tribu
peregrina había sucumbido en la porfía con
ejércitos regulares. El superviviente no contaba otros bienes
sino su caballo y un carro encomendado a la fuerza de sus canes y en
donde se guarnecía de la lluvia. Habría muerto de hambre
si no se atreviera con las raíces incultas y con las viandas
aprovechadas por los gitanos en su dieta indigente.
Recibía a cada instante una advertencia de la
suerte. Llegó a desconocer el ruido de sus propios pasos y
giró sobre sí mismo para defenderse. Un aparecido
acostumbraba interrumpirle el sueño, violentando la puerta de su
vivienda en medio de la jauría consternada.
El proscrito decidió abandonarse a merced de
los sucesos. Se encontró fortuitamente con una mendiga lastimosa
el día de caer prisionero y de ser victimado. La ancianidad la
había convertido en una grulla de muletas.
La mendiga deseaba el fin de la guerra continua, en
donde había perdido sus hijos, y se prestaba al oficio de
espía.
Los vencedores sobrevinieron por vías
distintas y desvanecieron el último ademán de la defensa.
Lo hirieron a satisfacción.
La mendiga se limitó a sellar con un
puño de tierra la faz del héroe.
391
0
Más como esta
Véase también
Escritas.org