El Peregrino De La Fe
EL PEREGRINO DE LA FE
Yo gustaba de perderme en la isla pobre, ajena del
camino usual. Descansaba en los cementerios inundados de flores
silvestres, en el ámbito de las iglesias de madera.
Mi pensamiento se desvanecía a la vista del
cielo de ámbar y una serranía azul.
Yo rompía al azar la flora voluble de los
prados. El iris mágico de una columna de agua aturdía la
serie de mis caballos imprudentes.
El sol fortuito invertía las horas de la
vigilia y del sueño, presidiendo el fausto de una latitud
excéntrica.
Los ríos verdes ocupaban un cauce de cenizas.
Merecían el privilegio de llevar al océano el
ataúd de una virgen desconsolada.
Yo recliné la cabeza en una piedra,
compadeciendo la frente proscrita de Jesús, y dormí en
una colina sobria, en donde crecía una maleza perfumada, cerca
del blando tapiz del mar.
Yo disfruté, en el curso de la noche
plácida, las visiones reservadas a Parsifal y recibí,
antes del alba, el mandamiento de alejarme del silencio.
Un prócer de la corte celeste, favorecido con
el semblante y la sabiduría de un San Jerónimo, me
esperaba a breve distancia en el barco del pasaje y lo dirigió
con la voz.
Yo gustaba de perderme en la isla pobre, ajena del
camino usual. Descansaba en los cementerios inundados de flores
silvestres, en el ámbito de las iglesias de madera.
Mi pensamiento se desvanecía a la vista del
cielo de ámbar y una serranía azul.
Yo rompía al azar la flora voluble de los
prados. El iris mágico de una columna de agua aturdía la
serie de mis caballos imprudentes.
El sol fortuito invertía las horas de la
vigilia y del sueño, presidiendo el fausto de una latitud
excéntrica.
Los ríos verdes ocupaban un cauce de cenizas.
Merecían el privilegio de llevar al océano el
ataúd de una virgen desconsolada.
Yo recliné la cabeza en una piedra,
compadeciendo la frente proscrita de Jesús, y dormí en
una colina sobria, en donde crecía una maleza perfumada, cerca
del blando tapiz del mar.
Yo disfruté, en el curso de la noche
plácida, las visiones reservadas a Parsifal y recibí,
antes del alba, el mandamiento de alejarme del silencio.
Un prócer de la corte celeste, favorecido con
el semblante y la sabiduría de un San Jerónimo, me
esperaba a breve distancia en el barco del pasaje y lo dirigió
con la voz.
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