La Huella
LA HUELLA
Una luz febril recorría los cielos en la noche del viernes santo.
Yo distinguía los perfiles de una ciudad
oculta en la sombra y el símbolo de una escala de sones
volátiles en el silencio penitente.
Yo me había asomado a la ventana
después de consignar en un escrito los azares de una
pasión ideal. Yo volvía el discurso al caso de Dante, a
sus cuitas de amor en la cámara del sobresalto y de la amargura.
Yo sufría del arrojo de mi pensamiento. Una
forma aviesa imitaba el objeto de mis devaneos y sugería con el
ademán la vista de un suplicio.
El temporal, nacido en unos montes lívidos,
fugaba delante de sí el tumulto de las tinieblas y
esparcía las voces de una multitud precita. Yo dije entre
alabanzas el nombre soberano, cifra de mis anhelos, y el fantasma
lacónico se deslizó de mi presencia, dejando en su vez un
reguero de polvo.
Una luz febril recorría los cielos en la noche del viernes santo.
Yo distinguía los perfiles de una ciudad
oculta en la sombra y el símbolo de una escala de sones
volátiles en el silencio penitente.
Yo me había asomado a la ventana
después de consignar en un escrito los azares de una
pasión ideal. Yo volvía el discurso al caso de Dante, a
sus cuitas de amor en la cámara del sobresalto y de la amargura.
Yo sufría del arrojo de mi pensamiento. Una
forma aviesa imitaba el objeto de mis devaneos y sugería con el
ademán la vista de un suplicio.
El temporal, nacido en unos montes lívidos,
fugaba delante de sí el tumulto de las tinieblas y
esparcía las voces de una multitud precita. Yo dije entre
alabanzas el nombre soberano, cifra de mis anhelos, y el fantasma
lacónico se deslizó de mi presencia, dejando en su vez un
reguero de polvo.
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