Algunos Poemas

Romance Ix La Respuesta Del Rey

Pidiendo a las diez del día papel a su secretario,
a la carta de Jimena responde el rey por su mano;
y después de hacer la cruz con cuatro puntos y un rasgo,
aquestas palabras pone a guisa de cortesano:

«A vos, la noble Jimena, la del marido envidiado,
vos envío mis saludos en fe de quereros tanto.
Que estáis de mi querellosa, decís en vuestro despacho,
que non vos suelto el marido sino una vez en el año,

»y que cuando vos le suelto, en lugar de regalaros,
en vuestros brazos se duerme como viene tan cansado.
Si supiérades, señora, que vos quitaba el velado
para mis namoramientos, fuera bien el lamentarlo;

»mas si sólo vos lo quito para lidiar en el campo
con los moros convecinos, non vos fago mucho agravio;
que si yo no hubiera puesto las mis huertas a su cargo,
ni vos fuerais más que dueña, ni él fuera más que un hidalgo.

»A no vos tener encinta, señora, el vuestro velado
creyera de su dormir lo que me habedes contado.
Más pues el parto esperáis... si os falta un marido al lado,
no importa, que sobra un rey que os hará cien mil regalos.

»Decís que entregue a las llamas la carta que habéis mandado;
a contener herejías, fuera digna de tal caso;
mas pues razones contiene dignas de los siete sabios,
mejor es para mi archivo que non para el fuego ingrato.

»Y porque guardéis la mía y no la fagáis pedazos,
por ella a lo que pariéredes prometo buen aguinaldo:
si fuere hijo, daréle una espada y un caballo
y cien mil maravedís para ayuda de su gasto;

»si fija, para su dote prometo poner en cambio
desde el día en que naciere de plata cuarenta marcos.
Con esto ceso, señora, y no de estar suplicando
a la Virgen vos ayude en los dolores del parto».

Entrevista De Bernardo Con El Rey

Con cartas sus mensajeros el rey al Carpio envió:
Bernardo, como es discreto, de traición se receló:
las cartas echó en el suelo y al mensajero habló:
—Mensajero eres, amigo, no mereces culpa, no,
mas al rey que acá te envía dígasle tú esta razón:
que no le estimo yo a él ni aun a cuantos con él son;
mas por ver lo que me quiere todavía allá iré yo.
Y mandó juntar los suyos, de esta suerte les habló:
—Cuatrocientos sois, los míos, los que comedes mi pan:
los ciento irán al Carpio para el Carpio guardar,
los ciento por los caminos, que a nadie dejen pasar;
doscientos iréis conmigo para con el rey hablar;
si mala me la dijere, peor se la he de tornar.
Por sus jornadas contadas a la corte fue a llegar:
—Dios os mantenga, buen rey, y a cuantos con vos están.
—Mal vengades vos, Bernardo, traidor, hijo de mal padre,
dite yo el Carpio en tenencia, tú tómaslo en heredad.
—Mentides, el rey, mentides, que no dices la verdad,
que si yo fuese traidor, a vos os cabría en parte;
acordáseos debía de aquella del Encinal,
cuando gentes extranjeras allí os trataron tan mal,
que os mataron el caballo y aun a vos querían matar;
Bernardo, como traidor, de entre ellos os fue a sacar.
Allí me diste el Carpio de juro y de heredad,
prometísteme a mi padre, no me guardaste verdad.
—Prendedlo, mis caballeros, que igualado se me ha.
—Aquí, aquí los mis doscientos, los que comedes mi pan,
que hoy era venido el día que honra habemos de ganar.
El rey, de que aquesto viera, de esta suerte fue a hablar:
—¿Qué ha sido aquesto, Bernardo; que así enojado te has?
¿Lo que hombre dice de burla de veras vas a tomar?
Yo te dó el Carpio, Bernardo, de juro y de heredad.
—Aquestas burlas, el rey no son burlas de burlar;
llamásteme de traidor, traidor, hijo de mal padre:
el Carpio yo no lo quiero, bien lo podéis vos guardar,
que cuando yo lo quisiere, muy bien lo sabré ganar.

Romance De La Doncella Guerrera

Pregonadas son las guerras de Francia para Aragón,
¡Cómo las haré yo, triste, viejo y cano, pecador!
¡No reventaras, condesa, por medio del corazón,
que me diste siete hijas, y entre ellas ningún varón!
Allí habló la más chiquita, en razones la mayor:
—No maldigáis a mi madre, que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas, vuestro caballo trotón.
—Conoceránte en los pechos, que asoman bajo el jubón.
—Yo los apretaré, padre, al par de mi corazón.
—Tienes las manos muy blancas, hija no son de varón.
—Yo les quitaré los guantes para que las queme el sol.
—Conocerante en los ojos, que otros más lindos no son.
—Yo los revolveré, padre, como si fuera un traidor.
Al despedirse de todos, se le olvida lo mejor:
—¿Cómo me he de llamar, padre? —Don Martín el de Aragón.
—Y para entrar en las cortes, padre ¿cómo diré yo?
—Besoos la mano, buen rey, las cortes las guarde Dios.
Dos años anduvo en guerra y nadie la conoció
si no fue el hijo del rey que en sus ojos se prendó.
—Herido vengo, mi madre, de amores me muero yo;
los ojos de Don Martín son de mujer, de hombre no.
—Convídalo tú, mi hijo, a las tiendas a feriar,
si Don Martín es mujer, las galas ha de mirar.
Don Martín como discreto, a mirar las armas va:
—¡Qué rico puñal es éste, para con moros pelear!
—Herido vengo, mi madre, amores me han de matar,
los ojos de Don Martín roban el alma al mirar.
—Llevarasla tú, hijo mío, a la huerta a solazar;
si Don Martín es mujer, a los almendros irá.
Don Martín deja las flores, un vara va a cortar:
—¡Oh, qué varita de fresno para el caballo arrear!
—Hijo, arrójale al regazo tus anillas al jugar:
si Don Martín es varón, las rodillas juntará;
pero si las separase, por mujer se mostrará.
Don Martín muy avisado hubiéralas de juntar.
—Herido vengo, mi madre, amores me han de matar;
los ojos de Don Martín nunca los puedo olvidar.
—Convídalo tú, mi hijo, en los baños a nadar.
Todos se están desnudando; Don Martín muy triste está:
—Cartas me fueron venidas, cartas de grande pesar,
que se halla el Conde mi padre enfermo para finar.
Licencia le pido al rey para irle a visitar.
—Don Martín, esa licencia no te la quiero estorbar.
Ensilla el caballo blanco, de un salto en él va a montar;
por unas vegas arriba corre como un gavilán:
—Adiós, adiós, el buen rey, y tu palacio real;
que dos años te sirvió una doncella leal!.
Óyela el hijo del rey, trás ella va a cabalgar.
—Corre, corre, hijo del rey que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre si quieres irme a buscar.
Campanitas de mi iglesia, ya os oigo repicar;
puentecito, puentecito del río de mi lugar,
una vez te pasé virgen, virgen te vuelvo a pasar.
Abra las puertas, mi padre, ábralas de par en par.
Madre, sáqueme la rueca que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo bien los supe manejar.
Tras ella el hijo del rey a la puerta fue a llamar.

Romance Del Gran Llanto Que Don Gonzalo Gustios Hizo Allá En Córdoba

Pártese el moro Alicante víspera de San Cebrián;
ocho cabezas llevaba, todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey Almanzor, a recebírselo sale;
aunque perdió muchos moros piensa en esto bien ganar.
Mandara hacer un tablado para mejor los mirar;
mandó traer un cristiano que estaba en captividad,
como ante sí lo trujeron empezóle de hablar:
díjole: -Gonzalo Gustos, mira quien conocerás;
que lidiaron mis poderes en el campo de Almenar,
sacaron ocho cabezas, todas son de gran linaje.
Respondió Gonzalo Gustos: —Presto os diré la verdad.
Y limpiándoles la sangre asaz se fuera a turbar;
dijo llorando agramente: —¡Conózcolas por mi mal!
La una es de mi carillo; las otras me duelen más,
de los Infantes de Lara son, mis hijos naturales.
Así razona con ellas como si vivos hablasen:
—¡Sálveos Dios, Nuño Salido, el mi compadre leal!,
¿adónde son los mis hijos que yo os quise encomendar?
Mas perdonadme, compadre, no he por qué os demandar,
muerto sois como buen ayo, como hombre muy de fiar.
Tomara otra cabeza del hijo mayor de edad:
—¡Oh hijo Diego González, hombre de muy gran bondad,
del conde Garci Fernández alférez el principal,
a vos amaba yo mucho, que me habíades de heredar.
Alimpiándola con lágrimas volviérala a su lugar.
Y toma la del segundo, don Martín que se llamaba:
—¡Dios os perdone, el mi hijo, hijo que mucho preciaba;
jugador de tablas erais el mejor de toda España;
mesurado caballero, muy bien hablabais en plaza!
Y dejándola llorando la del tercero tomaba:
—¡Hijo don Suero González, todo el mundo os estimaba;
el rey os tuviera en mucho, sólo para la su caza!
¡Ruy Velázquez, vuestro tío, malas bodas os depara;
a vos os llevó a la muerte, a mí en cautivo dejaba!
Y tomando la del cuarto lasamente la miraba:
—¡Oh, hijo Fernán González, (nombre del mejor de España,
del buen conde de Castilla, aquel que vos baptizara),
matador de oso y de puerco, amigo de gran compaña;
nunca con gente de poco os vieran en alianza!
Tomó la de Ruy González, al corazón la abrazaba:
—¡Hijo mío, hijo mío, quién como vos se hallara;
gran caballero esforzado, muy buen bracero a ventaja;
vuestro tío Ruy Velázquez tristes bodas ordenara!
Y tomando otra cabeza, los cabellos se mesaba:
—¡Oh, hijo Gustios González, habíades buenas mañas,
no dijérades mentira, ni por oro ni por plata,
animoso, buen guerrero, muy gran heridor de espada,
que a quien dábades de lleno tullido o muerto quedaba!
Tomando la del menor el dolor se le doblaba:
-¡Hijo Gonzalo González, los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a ella que a vos más que a todos ama!
¡Tan apuesto de persona, decidor bueno entre damas,
repartidor en su haber, aventajado en la lanza!
¡Mejor fuera la mi muerte que ver tan triste jornada!
Al duelo que el viejo hace, toda Córdoba lloraba.
El rey Almanzor, cuidoso, consigo se lo llevaba
y mandaba a una morica lo sirviese muy de gana.
Esta le torna en prisiones y con amor le curaba;
hermana era del rey, doncella moza y lozana;
con ésta Gonzalo Gustios vino a perder la su saña,
que de ella le nació un hijo que a los hermanos vengara.

Pártese El Moro Alicante

Pártese el moro Alicante víspera de Sant Cebrián;
ocho cabezas llevaba, todas de hombres de alta sangre.
Sábelo el rey Almanzor, a recebírselo sale;
aunque perdió muchos moros, piensa en esto bien ganar.
Manda hacer un tablado para mejor las mirar,
mandó traer un cristiano que estaba en captividad.
Como ante sí lo trujeron empezóle de hablar,
díjole: —Gonzalo Gustos, mira quién conocerás;
que lidiaron mis poderes en el campo de Almenar:
sacaron ocho cabezas, todas son de gran linaje.
Respondió Gonzalo Gustos: —Presto os diré la verdad.
Y limpiándoles la sangre, asaz se fuera a turbar;
dijo llorando agramente: —¡Conóscolas por mi mal!
la una es de mi carillo, ¡las otras me duelen más!
de los Infantes de Lara son, mis hijos naturales.
Así razona con ellos como si vivos hablasen:
—¡Dios os salve, el mi compadre, el mi amigo leal!,
¿Adónde son los mis hijos que yo os quise encomendar?
Muerto sois como buen hombre, como hombre de fiar.
Tomara otra cabeza del hijo mayor de edad:
—Sálveos Dios, Diego González, hombre de muy gran bondad,
del conde Femán González alférez el principal:
a vos amaba yo mucho, que me habíades de heredar.
Alimpiándola con lágrimas volviérala a su lugar,
y toma la del segundo, Martín Gómez que llamaban:
—Dios os perdone, el mi hijo, hijo que mucho preciaba;
jugador era de tablas el mejor de toda España,
mesurado caballero, muy buen hablador en plaza.
Y dejándola llorando, la del tercero tomaba:
—Hijo Suero Gustos, todo el mundo os estimaba;
el rey os tuviera en mucho, sólo para la su caza:
gran caballero esforzado, muy buen bracero a ventaja.
¡Ruy Gómez vuestro tío estas bodas ordenara!
Y tomando la del cuarto, lasamente la miraba:
—¡Oh hijo Fernán González, (nombre del mejor de España,
del buen conde de Castilla, aquel que vos baptizara)
matador de puerco espín, amigo de gran compaña!
nunca con gente de poco os vieran en alianza.
Tomó la de Ruy Gómez, - de corazón la abrazaba:
—¡Hijo mío, hijo mío! ¿quién como vos se hallara?
nunca le oyeron mentira, nunca por oro ni plata;
animoso, buen guerrero, muy gran feridor de espada,
que a quien dábades de lleno tullido o muerto quedaba.
Tomando la del menor el dolor se le doblara:
—¡Hijo Gonzalo González! ¡Los ojos de doña Sancha!
¡Qué nuevas irán a ella que a vos más que a todos ama!
Tan apuesto de persona, decidor bueno entre damas,
repartidor en su haber, aventajado en la lanza.
¡Mejor fuera la mi muerte que ver tan triste jornada!
Al duelo que el viejo hace, toda Córdoba lloraba.
El rey Almanzor cuidoso consigo se lo llevaba,
y mandó a una morica lo sirviese muy de gana.
Esta le torna en prisiones, y con hambre le curaba;
Hermana era del rey, doncella moza y lozana;
con ésta Gonzalo Gustos vino a perder su saña,
que de ella le nació un hijo que a los hermanos vengara.
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