Algunos Poemas

A La Palma

Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;

Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
al árabe sediento y fatigado,
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.

Allí horroroso el simoon se ofrece,
y tu cima enrojece.
Vertiendo lumbre que la tierra inflama;
y aparece sangriento
el sol desde su asiento
lanzando ardiente destructora llama.

Y tú, entre nubes de encendida arena
majestosa y serena,
o ya del recio vendaval batida,
elevas tu cimera,
orgullosa palmera,
contando siglos de gloriosa vida.

No las tranquilas aguas dulcemente
arrastran su corriente
bajo el dorado pabellón que ostentas;
que, siempre en el estío,
sin fresco ni rocío,
sólo de arena y fuego te alimentas.

Tú, virgen sacrosanta y peregrina,
de las nubes vecina,
tú su signo le das a la victoria,
y corona esplendente
de tus hojas luciente
al héroe ciñes de radiante gloria;

La corona inmortal, que ciñe el hombre
con glorioso renombre
en derredor de la altanera frente,
porque en gigante vuelo
arrebatado al cielo
bebió en la sacra inspiradora fuente.

La corona inmortal, prenda sagrada
del imbécil hollada,
orgullo y ambición del alma inquieta;
escondido tesoro,
brillante más que el oro,
gloria, entusiasmo y vida del poeta.

¿Qué vale de los reyes la diadema
ante el místico emblema
de la noble ambición, genio y poesía?-
si una hoja solamente
ciñera yo a mi frente
que acallara el afán del alma mía;

Si al entusiasmo que mi mente inspira
alcanzara mi lira
un triunfo de la gloria seductora,
¡Oh palma! hasta las nubes,
más allá do tú subes,
se elevara la voz de tu cantora.

Allí en el trono que el Señor levanta
te viera yo a mi planta;
y de mis sienes deslumbrando el brillo,
contemplara las hojas
que ora te visten rojas,
teñidas débilmente de amarillo.

¡Delirio nada más! Nunca gloriosa
guirnalda esplendorosa
alegrará mis sienes lisonjera,
ni tampoco mi acento
perdido por el viento
podrá elevarse a la celeste esfera.

Guarda tus ramos para el vate augusto
premio a su lira justo,
o a ceremonias santas consagrados,
entre el canto sonoro
de religioso coro,
en el altar del templo colocados.

Guarda tus ramos, virgen soberana,
bella y noble africana,
formando airosos tu lucido manto;
y el ave pasajera
besando tu cimera
te deje un eco de su dulce canto.

Alza gallarda tu cabeza al viento
en blando movimiento,
la corona agitando mal prendida;
y despreciando el brío
del huracán bravío,
descuella ufana sobre el tronco erguida.

En El Álbum Fúnebre A La Memoria De Una Joven

¡Nadie se muere de amor!

¡Cómo habías de vivir
si amando, pobre mujer,
tenemos que combatir,
y el luchar nunca es vencer,
el luchar siempre es morir!

Cuando entre galas y flores
amor te daba la palma,
le dije a tus amadores:
«No le habléis tanto de amores
que tiene sensible el alma».

Pero el mundo descreído
respondió con su sonrisa:
«Deja que halaguen su oído,
que ya por el bien querido
nadie se muere, poetisa».

Volví más tarde a decir:
—Mirad que perdió el color
y no cesa de gemir».
Mas él tornó a repetir,
—Nadie se muere de amor.

—Puede ser que el mundo ignore
cuanto su dolor la hiere...
—Deja, poetisa, que llore,
por mucho que al hombre adore,
ninguna mujer se muere.

Yo volví más consolada
y estabas en la agonía.
—¡Se muere! clamé aterrada;
pero el mundo respondía:
—Es muerte de enamorada.

Ya tu pecho palpitante
al impulso del dolor,
lanzó un grito penetrante,
y el mundo dijo: —¡Es amante!
¡Nadie se muere de amor!

Yo vi tu mirada incierta
clavarse al fin aterida,
y dije al mundo: —¡Está muerta!
y respondió: —Está dormida;
¡ya verás cómo despierta!

Ya oye el mundo la campana
que anuncia con su clamor
de una belleza lozana
¡la muerte horrible y temprana
que le ha alcanzado su amor!

Ya envuelta en el blanco velo
la ve al sepulcro marchar
y la acompaña en el duelo,
y aun aguarda con recelo
que pueda resucitar.

Y al sepultar a la bella
no sabiendo en su rencor
qué decir el mundo de ella,
dice: La mató su estrella...
Nadie se muere de amor.

A Dónde Estáis, Consuelos De Mi Alma

¿A dónde estáis, consuelos de mi alma,
cantoras de esta edad, hermanas mías,
que os escucho sonar y nunca os veo,
que os llamo y no atendéis mi voz amiga?
¿A dónde estáis, risueñas y lozanas
juveniles imágenes queridas?...
Yo quiero veros, mi tristeza acrece
la soledad mi padecer irrita;
a darme aliento a mitigar mi pena
venid, cantoras, con las sacras liras.
He visto alguna vez que al cuerpo herido
flores que sanan con su jugo aplican,
de mi espíritu triste a la dolencia
yo le aplicara la amistad que alivia.
Flores, que la salud de pobre enferma
pudierais reanimar con vuestra vista,
¿por qué estáis de la tierra en el espacio,
colocadas tan lejos de mi vida?...
Ése es, cantoras, de infortunio el colmo,
ésa en el mundo la mayor desdicha;
sufrir el mal, adivinar remedio
y no lograrlo cuando el bien nos brinda.—
No he de lograrlo sola y olvidada,
como el espino en la ribera umbría,
de mi cariño las lozanas flores
lejos de la amistad caerán marchitas.
Nunca os veré; mi estrella indiferente
no marca en mi vivir grandes desdichas,
pero tampoco ¡ay Dios! grandes placeres,
tampoco venturosas alegrías.
¿Qué valen las desgracias si a sus horas
de tormentoso afán sigue la dicha?
Es menos bella la existencia, hermanas,
pálida, melancólica, indecisa;
que no tenga un azar de los que rinden
ni una felicidad de las que animan.
¡A Dios, auras de abril, rosas de mayo,
cantoras bellas de la patria mía!
Yo no puedo estrecharos en mis brazos,
yo no puedo besar vuestras mejillas;
pero al ardiente sol mando un suspiro
y a la luna, al lucero y a la brisa
para que allá, donde en la tierra os hallen,
lo lleven en sus alas fugitivas.
¿Qué dais, hermanas, de mi amor en pago?
Dadme canciones tiernas y sencillas
reflejo puro de las almas vuestras,
consuelo activo de las ansias mías;
y así podré exclamar «¡nunca las veo,
sin verlas moriré, mas logro oírlas!»

¿cuál Tu Grandeza Es? ¿cuál Es Tu Ciencia?

Siempre en la noche, compañeros míos
los árboles, la luna, los luceros,
mas ninguno de tantos compañeros
me demanda jamás ¿por qué suspiro?

A la luna le cuento mi cuidado
y sigue inestable y muda a la voz mía,
como mujer ¡ay! envidiosa y fría
que el pecho tiene a la amistad cerrado.

No soles, no centellas, no luceros
almas son esas luces vacilantes
que prestan a los ojos anhelantes
sólo dudosos rayos pasajeros.

Vienen en infinita muchedumbre
y oyen mi canto y mi tristeza miran,
y otra vez silenciosas se retiran
sin consolarme, a la remota cumbre.

Inmóviles los árboles sombríos,
como los egoístas corazones,
no oyen la triste voz de mis canciones
que va a morir sobre sus troncos fríos.

Sola yo turbo cuadro tan sereno,
sola yo altero tan dichosa calma,
sólo inquietud y lucha hay en mi alma,
sólo mi corazón hierve en mi seno.

¿Sola yo? ¿Sola yo?¿De entre millares
de criaturas tal vez la más dichosa?
descansando de fiebre dolorosa
duerme la tierra en medio de los mares.

Mas, recorred su vasta enfermería
y oiréis de trecho en trecho hondos gemidos;
¿cuántos son? ¿Cuántos son ¡ay! los
heridos?
la enferma menos grave es la alma mía.

La luna silenciosa y reposada
que por los aires va, tal vez encierra
dentro de sí como la oscura tierra
una raza también desventurada.

Y tal vez de los nuestros sus gemidos
están por breve espacio separados,
y tal vez de ambos mundos encontrados
se responden en ecos los ruidos...

Leve es mi mal como mi cuerpo leve;
¿qué vale ante esa gran naturaleza
mi canto? ¿Qué mi amor? ¿Qué mi tristeza?
¿Cómo a gemir mi corazón se atreve?

Mas, cabe gran pasión en breve pecho,
grande entusiasmo en reducida frente,
grande espíritu en mí, voraz, ardiente,
el rayo cabe en limitado pecho.

Quedan mis cantos en la baja tierra
pero sube hasta Dios mi sentimiento,
y abarco sola yo en mi pensamiento
cuanto en su espacio la creación encierra.

Yo la menor de maravilla tanta
obras, Señor, de tu fecunda mano
siento en mi pecho, aliento soberano
que hasta los mismos cielos me levanta.

¡Y mi amor, mi entusiasmo, mi existencia
son aura imperceptible de tu aliento!...
¿Quién eres? ¿Dónde estás?
¿Cuál es tu asiento?
¿Cuál tu grandeza es? ¿Cuál es tu ciencia?

En La Catedral De Sevilla

Sólo en el pobre altar del pueblo mío
adoré yo al Señor —una mañana:
un templo veo junto a hermoso río
que embelesada miro... no es Guadiana...
De árboles tiene pabellón sombrío,
y por su orilla vi, con gente humana,
venir rugiendo un monstruo devorante
que se tragaba al río palpitante.

¿Habita en esa torre ese viviente
que con tan brava furia desbocado,
rompiendo impetuoso la corriente
se postra al pie del muro fatigado?
¿Es morada del monstruo omnipotente
que he visto por el agua arrebatado
esa gran torre, que arrancando el vuelo
se pierde como el águila en el cielo?

¡La torre... el templo... Ah! Yo que en la vida
un templo hermoso vi, tanta grandeza
de repente al mirar, sobrecogida
bajé sobre los hombros mi cabeza
cual si se fuera a hundir; yo enternecida
a tan solemne y mágica belleza
lloré admirada, sin rubor lo canto,
de tierna sensación gota de llanto.

Retumbaban los órganos sonoros
cuando tímida cruzo las sombrías
bóvedas, y a la par los santos coros
llenaban las eternas galerías;
por mil brillantes cristalinos poros
iba al aire un torrente de armonías
tristes, como si fuera el moribundo
¡ay! que la religión lanzase al mundo.

Los que el embate sufren de la suerte,
los que el furor de la ambición agita,
los que cercana sienten a la muerte
una existencia en vicios ya marchita;
el dócil, el soberbio, el flaco, el fuerte,
el rico, el pobre, el ateo, el jesuita...,
¡cuantos a su infortunio habrán hallado
alivio en aquel templo sosegado!

¡Cuánta oración allí; cuántos
vivientes
de aquel recinto en los profundos huecos
habrán llevado mustios y dolientes
de sus miserias hasta allí los ecos!
¡Cuántas extrañas, peregrinas gentes,
almas rendidas, corazones secos,
habrán en la oración allí saciado
la sed de su camino fatigado!

¡Sí! los que al aire libre son blasfemos,
bajo la enorme piedra se estremecen,
y con devotos místicos extremos
su incrédula existencia a Dios ofrecen;
así al crujir de los pesados remos
y las olas al ver que se embravecen,
en medio de la mar tiembla y se aterra
el que los mares desdeñaba en tierra.

Allí bajando los audaces ojos
el señor del alcázar opulento,
Pedro el Fiero, el Cruel, también de hinojos
se humillaba ante el rey del firmamento:
como el león cargado de despojos
lleva a la selva su botín sangriento
él sus remordimientos ¡ay! llevaba,
y allí en la soledad los devoraba.

Pero en aquel altar el sabio Herrera
bebió la copa del sagrado vino,
y allí Rioja por la vez primera
cantó al Señor con su cantar divino:
allí de Zurbarán la sombra austera
aún vaga, y de Murillo el peregrino
espíritu recibe en los altares
con su santo el incienso y los cantares.

Cuando incliné mi frente, y las rodillas
doblé sobre el luciente pavimento,
morada de tantas maravillas,
un sabio era también, con paso lento
el que llega al altar; ya en sus mejillas
no hay color ni en sus ojos ardimiento,
pero más que la edad la ciencia abruma
su cabeza más alba que la espuma.

Heme allí solitaria, humilde, inquieta,
yertas mis manos, mi cabeza ardiente,
la bendición del sabio y del poeta
sacerdote aguardando reverente;
nunca a la voz tonante del profeta
la religiosa tribu del Oriente
sintió la viva fe del alma mía
cuando el sabio mi frente bendecía.

¡Oh, tú que buscas la perdida estrella
vago marino en los hirvientes mares!
yo he rezado por ti. —La tierra bella
donde viste la luz, de tus azares
el término será; si la doncella,
inocente ocasión de tus pesares,
con su plegaria que a la Virgen sube
logra en el cielo disipar tu nube.

Yo tengo un templo, un Dios que me consuela
depositando en él mis oraciones:
tú, deshecho el bajel, rota la vela
no tienes en tu mar sino... pasiones;
venga la tempestad que te desvela
a mi cielo sus negros nubarrones
que tengo fe, y en mi paciente alma
para toda borrasca hay siempre calma.

Y si me rindo al fin, y Andalucía
quiere guardar entre sus blandas flores
mi dolorida frente, no aquel día,
hijo de España, mi letargo llores;
pálido el astro ¡ay!, de mi poesía,
oscuro el de mis célicos amores,
mejor descansaré muda y dormida
que amorosa cantando en esta vida.

Tal vez la vista del grandioso templo
mi pequeñez más clara me presenta,
y en el de Dios la majestad contemplo
más adorable y mi esperanza alienta;
de árabes y cristianos doble ejemplo
es el gigante que los siglos cuenta
sobre las nubes, cuando ya ha barrido
el aire, el polvo del que lo ha subido.

¿Qué será más que un átomo en el
viento
el de mi leve tronco si fenece
a los pies del glorioso monumento?
Una generación desaparece,
¡y es nada para él!... ¡y otras y ciento
nada serán tampoco!...¡Él aparece
como un genio que aguarda en las alturas
ver el fin de las últimas criaturas!

Recuerdos Del Liceo De Madrid

Me acuerdo bien del venturoso instante
cuando vi yo la luz en vuestro oriente.
¡Cuánta luz, cuántas llores, cuánta gente
y qué mundo tan bello y tan brillante!
¿Por qué no estaba alegre tu semblante
tú que lleno de luz eternamente
en ese mundo que feliz te nombra
tienes el alma donde esta tu sombra?

Gran pájaro de América atrevido,
que, trasponiendo los opuestos mares,
entre los recios vientos has venido
a dar al viejo mundo tus cantares;
tú que en tantos torrentes has bebido,
y hoy vienes a beber al Manzanares,
¡para que el ansia de tu sed ardiente
no perdone del mundo una corriente!

Tú que en el nuevo mundo te has mecido
entre el viento de arenas abrasado,
al son del Orinoco adormecido,
al pie de las palmeras arrullado;
y más tarde en el norte has despertado,
y con la luna a Grecia has recorrido,
y de Sión por la cadena santa
¡abriste paso a tu incansable planta!

¿Por qué estás triste tú? ¿Por
qué te quejas?
¿Por qué me llamas la feliz cantora,
y ni llorar ni suspirar me dejas,
envidiando mi vida de pastora?
¿Dónde están mi cayado y mis ovejas,
dónde la choza está que te enamora?
¿En dónde están mis dichas y mi calma
si aquí soy sombra a quien le falta el alma?

¡Ah! ¿qué se ha hecho de la pobre sombra
que huyó de esa mansión bella y querida?
El Gévora lo sabe que rendida
la ve muriendo en la campestre alfombra,
¿piensas tú que del alma desprendida
el verme en estos valles no me asombra,
y que puedo tener contento y calma
cuando la sombra está lejos del alma?

Mi alma en las ciudades tiene asiento,
y yo sufro también vuestro quebranto,
porque del vago ser que envidiáis tanto,
aquí está el corazón, allí el aliento;
aquí sus ojos, pero allí su llanto;
aquí su boca, pero allí su acento;
aquí está el mártir, pero allí su palma;
aquí soy sombra, pero allí soy alma.

Las ráfagas del aire trasparente
me pueden ocultar al que me mira;
pero yo siempre vivo en el ambiente
que vuestro labio sin cesar aspira;
es verdad que mi sombra vagamente
por los collados silenciosa gira,
y allí parece que reposa en calma,
pero no soy la sombra, soy el alma.

¡Sí! soy el alma siempre agradecida,
que a vuestro lado está, dulces amigos,
vosotros de mis lágrimas testigos
la noche de mi triste despedida,
nunca a la sombra me veréis unida;
y ¡ojalá que los hados enemigos
presto a mi sombra den eterna calma
y del cielo la luz den a mi alma!
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