Duque de Rivas

Duque de Rivas

1791-03-10 Córdoba
1865-06-22 Madrid
13319
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Algunos Poemas

El Conde De Villamediana Romance Primero Los Toros

Está en la plaza Mayor
Todo Madrid celebrando
Con un festejo los días
De su rey Felipe cuarto.

Este ocupa, con la Reina
Y los jefes de palacio,
El regio balcón, vestido
De tapices y brocados.

En los otros, que hermosean
Reposteros y damascos,
Los grandes con sus señoras,
Y los nobles cortesanos,

Ostentan soberbias galas,
Terciopelos y penachos;
Las damas y caballeros
Llenan los segundos altos,

Y de fiesta gran gentío
Los barandales y andamios,
Jardín do a impulsos del viento
Ondean colores varios.

Ante la Panadería,
Del balcón del Rey debajo,
Y de espalda a la barrera
En la arena del estadio,

La guardia tudesca en ala,
Parece un muro de paño
Rojo y jalde, con cornisa
Hecha de rostros humanos,

Sobre la cual vuelan plumas
En lugar de Jaramagos,
Y brillan las alabardas
Heridas del sol de Mayo.

Los alguaciles de corte,
Con sus varas en la mano,
A la jineta en rocines,
Están en fila a los lados.

El Rey, la Reina, los grandes,
Las damas, los cortesanos,
Los tudescos y alguaciles,
El inmenso pueblo, y cuantos

En la plaza están, los ojos
Tornan de Toledo, al arco,
Por cuya barrera asoma
Un caballero a caballo.

Vese en medio de la arena,
Furia y humo respirando,
Los ojos como dos brasas,
Los cuernos ensangrentados,

Con la pezuña esparciendo
Ardiente polvo, el más bravo
Retinto, a quien dió Jarama
Hierba encantada en sus campos.

Aun no estrenó la almohadilla
De su cuello erguido y alto
Hierro alguno, ni ha embestido
Una sola vez en vano.

Entre capas desgarradas
Y moribundos caballos,
Se ostenta como el guerrero
Que se corona de lauro,

Entre rendidos pendones,
Sobre muros derribados;
Del genio del exterminio
Parece emblema y retrato.

El Conde De Villamediana Romance Segundo Las Máscaras Y Cañas

Siguió el festejo a la tarde,
Y llenóse la gran plaza
Con el pueblo y con la corte,
Cual lo estuvo la mañana.

Magníficas son las fiestas
Que la regia villa paga,
Para celebrar el nombre
Del poderoso Monarca

De clarines y timbales
Al son que asorda las auras,
Y al de orquestas numerosas,
Que entonan guerrera marcha,

En orden y a lento paso
Numerosas mascaradas
Entran por partes distintas,
Y al Rey y a la Reina acatan.

De los reinos diferentes
Que el reino forman de España,
Ostenta cada cuadrilla
Distintivos y antiguallas,

Arbolando un estandarte
Con el blasón de sus armas,
Y de su música propia,
Al compás de las sonatas,

Mézclanse ligeras luego,
Formando mímica danza.,
En concertado desorden
De figuras ensayadas.

Los cascos y coseletes
De la indómita Cantabria;
De los fieles castellanos
Las dobles cueras y calzas;

Las fulgentes armaduras,
De los infanzones gala,
Del ligero valenciano
Los zaragüelles y mantas;

De chistosos andaluces
Los sombrerones y capas,
Y las chupas con hombreras
Y con caireles de plata;

Los turbantes granadinos,
Jubas, albornoces, fajas;
Los terciopelos y sedas
De vestes napolitanas;

De la Bélgica los sayos
Con sus encajes y randas;
Los milaneses justillos
Con las chambergas casacas,

Y las esplendentes plumas
Teñidas de tintas varias,
Con los arcos y las flechas
Que el cacique indiano gasta,

Forman un todo indeciso
Que cubre la extensa plaza
De movibles resplandores,
De confusión bigarrada.

Parece que está cubierta
Con una alfombra persiana,
Cuyos matices se mueven
Al conjuro de una maga.

Aquí añafiles moriscos,
Allí tamboril y gaita,
Más allá trompas guerreras,
Acá sonorosas flautas;

Las antárticas bocinas
En un lado, las guitarras
Y crótalos en el estoy,
Los caracoles de caza

Forman estruendo confuso
En que ya el acorde falta,
Y que llenando el espacio
Aun más aturde que halaga.

Por fin, terminado el baile,
Sepáranse las comparsas
Y hacia lados diferentes,
En orden puestas, descansan.

Y cada una se dirige,
Según la suerte la llama,
A saludar a los Reyes
Con solemnidad y pausa;

Y doblando la rodilla,
Ofrecen a su Monarca
Un rico don de productos
De aquel reino que retratan.

Despejando luego todas,
El circo desembarazan
A los nobles caballeros
Que salen a correr cañas,

Por la izquierda y la derecha
A un tiempo entraron galanas
Dos diferentes cuadrillas,
Que a unirse en el centro marchan.

Compónese cada una,
Compitiendo en garbo y gala,
De doce nobles jinetes,
Que de dos en dos avanzan.

El Conde de Orgaz, mancebo
De gentileza y de gracia,
Es caudillo de la una;
De la otra es Villamediana.

Aquél, en caballo negro,
Enjaezado de plata,
De terciopelo amarillo
Con celestes cuchilladas,

Vestido sale: figura
Con argentinas escamas
Peto y espaldar, y azules
Lleva plumas y gualdrapa.

Este, en un caballo blanco,
Cuya crin el oro enlaza,
Ostenta un rico vestido
De terciopelo escarlata:

El arnés de hojuelas de oro,
Y de rica seda blanca,
Con brillantes bordaduras,
Los afollados y faja.

Unidas las dos cuadrillas,
Hacia el regio balcón ambas,
Al paso, la pista siguen
De los jefes que las mandan;

y e, concurso, en gran silencio,
Curioso a la vista, clava
De los dos gallardos Condes
En las brillantes adargas;

Pues logrando de discretos
Y de, enamorados fama,
Interesa a todo el mundo
Ver las empresas que sacan.

Es la de Orgaz una hoguera
De la que el vuelo levanta
El fénix con este mote:
Me (la vida quien me abrasa.

Un letrero solamente
Es la de Villamediana,
Que dice: Son mis amores...
Y luego reales de plata

Puestos cual si fueran letras,
Con que aquel renglón acaba.
La empresa de Orgaz la entienden
Todos, y aciertan la llama

Que le da vida y le quema.
La (¡el de Villamediana
Despierta más confusiones,
Aunque es en verdad bien clara.

Propensión funesta tiene
El joven galán que alcanza
Favores de una señora,
A la par hermosa y alta,

De publicarlos al punto
Y de sacarlos a plaza:
Vanidad de enamorados
Que en peligros no repara.

Muchos el sentido entienden
Que las monedas declaran,
Por miedo disimulan
Y de explicarlo se guardan.

Otros, necios, se calientan
Los cascos por descifrarla.
Son mis amores dinero,
Repiten; pero no cuadra

Con el carácter del Conde
Esta explicación villana.
Mis amores efectivos
Son, dicen otros, ¡bobada!

Velasquillo el contrahecho,
Enano y bufón, que alcanza,
No sin despertar envidia,
Gran favor con el Monarca,

A disgusto de los grandes
En el balcón regio estaba,
Malicias diciendo y chistes
Con insolencia y con gracia.

Y o por faltarle su astucia
Entonces, o porque trata
De vengarse del desprecio
Con que la Reina le acaba,

O porque ve de mal ojo
Al noble Villamediana,
O por gusto de hacer daño,
Que es de tales bichos ansia,

Dijo: «Ta, ta; ya comprendo
Lo que dice aquella adarga:
Son mis amores reales»,
soltó la carcajada.

Trémulo el Rey y amarillo,
Y conteniendo la saña,
«Pues yo se los haré cuartos»,
Respondió al punto en voz baja.

Lo oyó la Reina, y quedóse
Inmóvil como una estatua,
Pálida como la muerte,
Hecha pedazos el alma.

Una Antigualla De Sevilla Romance Primero El Candil

UNA ANTIGUALLA DE SEVILLA

ROMANCE PRIMERO

EL CANDIL


Al Excmo. Sr. D. Mauel Cepero.



Más ha de quinientos años,

en una torcida calle,

Que de Sevilla en el centro,

Da paso a otras principales,


Cerca de la media noche,

Cuando la ciudad más grande

Es de un grande cementerio

En silencio y paz imagen,


De dos desnudas espadas

Que trababan un combate,

Turbó el repentino encuentro

Las tinieblas impalpables.


El crujir de los aceros

Sonó por breves instantes,

Lanzando azules centellas,

Meteoro de desastres.


Y al gemido: ¡Dios me valga!

¡Muerto soy! Y al golpe grave

De un cuerpo que a tierra, vino,

El silencio y paz renacen.
* * *


Al punto una ventanilla

De un pobre casuco abren,

Y de tendones y huesos,

Sin jugo, como sin carne,


Una mano y brazo asoman,

Que sostienen por el aire

Un candil, cuyas destellos

Dan luz súbita a la calle.


En pos un rostro aparece

De gomia o bruja espantable,

A que otra marchita mano

O cubre o da sombra en parte.


Ser dijérase la muerte

Que salía a apoderarse

De aquella víctima humana

Que acababan de inmolarle,


O de la, eterna justicia,

De cuyas miradas nadie

Consigue ocultar un crimen,

El testigo formidable,


Pues a la llama mezquina,

Con el ambiente ondeante,

Que dando luz roja al muro

Dibujaba desiguales


Los tejados y azoteas

Sobre el obscuro celaje,

Dando fantásticas formas

A esquinas y bocacalles,


Se vió en medio del arroyo,

Cubierto de lodo y sangre,

El negro bulto tendido

De un traspasado cadáver.


Y de pie a su frente un hombre,

Vestido negro ropaje,

Con una espada en la mano,

Roja hasta los gavilanes.


El cual en el mismo punto,

Sorprendido de encontrarse

Bañada de luz, esconde

La faz en su embozo, y parte,


Aunque no como el culpado

Que se fuga por salvarse,

Sino como el que inocente

Mueve tranquilo el pie y grave.
* * *


Al andar, sus choquezuelas

Formaban ruido notable,

Como el que forman los dados

Al confundirse y mezclarse.


Rumor de poca importancia

En la escena lamentable,

Mas de tan mágico efecto,

Y de un influjo tan grande


En la vieja, que asomaba

El rostro y luz a la calle,

Que, cual si oyera el silbido

De venenosa ceraste,


O crujir las negras alas

Del precipitado Arcángel,

Grita en espantoso aullido,

¡Virgen de los reyes, valme!


Suelta el candil, que en las piedras

Se apaga y aceite esparce,

Y cerrando la ventana

De un golpe, que la deshace,


Bajo su mísero lecho

Corre a tientas a ocultarse,

Tan acongojada y yerta,

Que apenas sus pulsos laten,


Por sorda y ciega haber sido

Aquellos breves instantes,

La mitad diera gustosa

De sus días miserables,


Y hubiera dado los días

De amor y dulces afanes

De su juventud, y dado

Las caricias de sus padres,


Los encantos de la cuna,

Y... en fin, hasta lo que nadie

Enajena, la esperanza,

Bien solo de los mortales:


Pues lo que ha visto la abruma,

Y la aterra lo que sabe,

Que hay vistas que son peligros

Y aciertos que muerte valen.

Una Antigualla De Sevilla Romance Segundo El Juez

Las cuatro esferas doradas,
Que ensartadas en un perno,
Obra colosal de moros
Con resaltos y letreros,

De la torre de Sevilla
Eran remate soberbio,
Do el gallardo Giraldillo
Hoy marea el mudable viento

(Esferas que pocos años
Después derrumbó en el suelo
Un terremoto) brillaban
Del sol matutino al fuego,

Cuando en una sala estrecha
Del antiguo Alcázar regio,
Que entonces reedificaban
Tal cual hoy mismo lo vemos,

En un sillón de respaldo
Sentado está el Rey Don Pedro,
Joven de gallardo talle,
Mas de semblante severo.

A reverente distancia,
Una rodilla en el suelo,
Vestido de negra toga,
Blanca barba, albo cabello,

Y con la vara de Alcalde
Rendida. al poder supremo,
Martín Fernández Cerón
Era emblema del respeto.

Y estas palabras de entrambos
Recogió el dorado techo,
Y la tradición guardólas
Para que hoy suenen de nuevo:

R. —«¿Con que en medio de Sevilla
Amaneció un hombre muerto,
Y no venís a decirme
Que está ya el matador preso?»

A. —«Señor, desde antes del alba,
En que el cadáver sangriento
Recogí, varias pesquisas
Inútilmente se han hecho».

R. —«Más pronta justicia,
Alcalde, Ha de haber donde yo reino,
Y a sus vigilantes ojos
Nada ha de estar encubierto».

A. —«Tal vez, señor, los judíos,
Tal vez los moros, sospecho...»
R. —«¿Y os vais tras de las sospechas
Cuando hay un testigo, y bueno?

»¿No me habéis, Alcalde, dicho,
Que un candil se halló en el suelo
Cerca del cadáver?... Basta,
Que el candil os diga el reo».

A. —«Un candil no tiene lengua».
R. —«Pero tiénela su dueño.
Y a moverla se le obliga
Con las cuerdas del tormento.

»Y ¡vive Dios! que esta noche
Ha de estar en aquel puesto
O vuestra cabeza, Alcalde,
O la cabeza del reo».
Poeta y dramaturgo español romántico, más conocido por el duque de Rivas. Pertenecía a una familia aristócrata cordobesa. Realizó sus estudios en el Seminario de Nobles de Madrid y después ingresó en el Ejército. A pesar de su juventud se distinguió en la guerra de Independencia contra los franceses en 1808. Su amistad con Manuel José Quintana le orientó hacia las artes y la participación política liberal. Fue condenado a muerte por Fernando VII pero pudo huir. Marchó a Londres donde conoció la obra de Shakespeare, Walter Scott y lord Byron; después estuvo en Francia, Italia y Malta. En 1834 regresó a España, tras la muerte del rey y participó de lleno en la vida política; fue embajador en Francia, presidente del Consejo de Estado (1863) y director de la Real Academia Española, desde 1862 hasta su muerte. El duque de Rivas se inició en literatura con un libro de poemas, Poesías (1814), de corte neoclásico, tal vez por la influencia del poeta español Manuel José Quintana. Pero, desde su estancia en Inglaterra se volvió un romántico vigoroso, primero apasionado y original, y en sus últimos años más convencional en el uso de la aparatosa parafernalia romántica. En su larga oda Al faro de Malta (1828) establece la simbología de la luz del faro (liberalismo, romanticismo) que debe servir de guía y no perderse en el oscurantismo y métodos anticuados. El moro expósito (1834) sigue los caminos de Byron y su interés reside precisamente en haber sido introductor del estilo en España. Pero Ángel Saavedra es, ante todo, un dramaturgo; su drama Don Álvaro o la fuerza del sino (1835) sigue siendo la obra romántica por excelencia del teatro español. Está escrita en prosa y verso y en ella se mezcla lo clásico y lo cómico al estilo del teatro de Lope de Vega, pero en ambientes exóticos y con un argumento exagerado de muertes, pasiones y tragedias muy del gusto de la época y que dado el éxito de la obra, tal vez, hizo que el autor siguiera escribiendo en la misma línea. En cualquier caso la obra tuvo repercusión internacional y años más tarde el compositor italiano Giuseppe Verdi la usó como argumento para la ópera La forza del destino.  
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