Para que una película parezca prodigiosa a los espectadores (...) hay que acabar el repugnante ritmo cinematográfico actual, esta convencional y enojosa retórica del movimiento de la cámara. ¿Cómo creer en el más banal de los melodramas cuando la cámara sigue al asesino por todas partes en travelín, hasta el lavabo donde va a lavarse la sangre que mancha sus manos? Por ello Dalí, antes de empezar a filmar su película, inmovilizará su cámara en el suelo, con clavos. Si la acción desaparece del cuadro visual, ¡mala suerte! El público esperará angustiado, exasperado, pataleando, extasiado o, mejor aún, aburriéndose, que la acción vuelva al campo del aparato...