Río De Janeiro
Caravanas de montañas acampan en los alrededores.
El “Pan de Azúcar” basta para almibarar toda la bahía...
El “Pan de Azúcar” y su alambre carril, que perderá el
equilibrio por no usar una sombrilla de papel.
Con sus caras pintarrajeadas, los edificios saltan unos encima de otros
y cuando están arriba, ponen el lomo, para que las palmeras les
den un golpe de plumero en la azotea.
El sol ablanda el asfalto y las nalgas de las mujeres, madura las peras
de la electricidad, sufre un crepúsculo, en los botones de
ópalo que los hombres usan hasta para abrocharse la bragueta.
¡Siete veces al día, se riegan las calles con agua de
jazmín!
Hay viejos árboles pederastas, florecidos en rosas té; y
viejos árboles que se tragan los chicos que juegan al arco en
los paseos. Frutas que al caer hacen un huraco enorme en la vereda;
negros que tienen cutis de tabaco, las palmas de las manos hechas de
coral, y sonrisas desfachatadas de sandía.
Sólo por cuatrocientos mil reis se toma un café, que
perfuma todo un barrio de la ciudad durante diez minutos.