Oliverio Girondo

Oliverio Girondo

1891-08-17 Buenos Aires
1967-01-24 Buenos Aires
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Jamás Se Había Oído El Menor Roce De Cadenas

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Jamás se había oído el menor roce de cadenas. Las
botellas no manifestaban ningún deseo de incorporarse. Al
día siguiente de colocar un botón sobre una mesa, se le
encontraba en el mismo sitio. El vino y los retratos envejecían
con dignidad. Era posible afeitarse ante cualquier espejo, sin que se
rasgara a la altura de la carótida; pero bastaba que un invitado
tocase la campanilla y penetrara en el vestíbulo, para que
cometiese los más grandes descuidos; alguna de esas
distracciones imperdonables, que pueden conducirnos hasta el suicidio.

En el acto de entregar su tarjeta, por ejemplo, los visitantes se
sacaban los pantalones, y antes de ser introducidos en el salón,
se subían hasta el ombligo los faldones de la camisa. Al ir a
saludar a la dueña de casa, una fuerza irresistible los obligaba
a sonarse las narices con los visillos, y al querer preguntarle por su
marido, le preguntaban por sus dientes postizos. A pesar de un enorme
esfuerzo de voluntad, nadie llegaba a dominar la tentación de
repetir: “Cuernos de vaca”, si alguien se refería a las
señoritas de la casa, y cuando éstas ofrecían una
taza de té, los invitados se colgaban de las arañas, para
reprimir el deseo de morderles las pantorrillas.

El mismo embajador de Inglaterra, un inglés reseco en el
protocolo, con un bigote usado, como uno de esos cepillos de dientes
que se utilizan para embetunar los botines, en vez de aceptar la copa
de champagne que le brindaban, se arrodilló en medio del
salón para olfatear las flores de la alfombra, y después
de aproximarse a un pedestal, levantó la pata como un perro.
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