El Minuto Cobarde

EL MINUTO COBARDE


A Saturnino Herrán


En estos hiperbólicos minutos

en que la vida sube por mi pecho

como una marea de tributos

onerosos, la plétora de vida

se resuelve en renuncia capital

y en miedo se liquida.

Mi sufrimiento es como un gravamen

de rencor, y mi dicha como cera

que se derrite siempre en jubileos,

y hasta mi mismo amor es como un tósigo

que en la raíz del corazón prospera.

Cobardemente clamo, desde el centro

de mis intensidades corrosivas,

a mi parroquia, el ave moderada,

a la flor quieta y a las aguas vivas.

Yo quisiera acogerme a la mesura,

a la estricta conciencia y al recato

de aquellas cosas que me hicieron bien...

Anticuados relojes del Curato

cuyas pesas de cobre

se retardaban, con intención pura,

por aplazarme indefinidamente

la primera amargura.

Obesidad de aquellas lunas que iban

rodando, dormilonas y coquetas,

por un absorto azul

sobre los árboles de las banquetas.

Fatiga incierta de un incierto piano

en que un tema llorón se decantaba,

con insomnio y desgano,

en favor del obtuso centinela

y contra la salud del hortelano.

Santos de piedra que en el atrio exponen

su casulla de piedra a la herejía

del recio temporal.

Garganta criolla de Carmen García

que mandaba su canto hasta las calles

envueltas en perfume vegetal.

Cromos bobalicones,

colgados por estímulo a la mesa,

y que muestran sandías y viandas

con exageraciones

pictóricas; exánimes gallinas,

y conejos en quienes no hizo sangre

lo comedido de los perdigones.

Canteras cuyo vértice poroso

destila el agua, con paciente escrúpulo,

en el monjil reposo

del comedor, a cada golpe neto

con que las gotas, simples y tardías,

acrecen el caudal noches y días.

Acudo a la justicia original

de todas estas cosas;

mas en mi pecho siguen germinando

las plantas venenosas,

y mi violento espíritu se halla

nostálgico de sus jaculatorias

y del pío metal de su medalla.


12 de agosto de 1916

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