Algunos Poemas

Promesa

Oh novia imposible,
tan casta y hermosa, tan pura y tan buena,
que tarde por tarde
en la muda ventana me esperas
y envejeces ansiando que pronto
termine mi ausencia,
me verás cuando pasen los años,
retornar por la mustia vereda
y con inquietudes
llamar a tu puerta;
que en la austera quietud de tu alcoba
donde todas las cosas conversan
de escenas pasadas,
de dichas pretéritas,
hallarán sempiterno reposo
mis fúnebres
penas;
y tus manos surcadas de arrugas
me darán las caricias postreras,
caricias que saben
a miel de tristeza,
caricias que saben
a miel de colmenas,
pero no de colmenas sabrosas
que gusta la vida cuando es primavera
sino miel en que endulzan sus males
las almas enfermas
cuando ya la existencia tramonta
y la noche eterna
de las decepciones
su abanico de sombras despliega,
y el amor es tan sólo un ocaso
de santas memorias, de ilusiones muertas.
Oh novia imposible,
tan pura y tan buena,
en estos renglones
hallarás mi sagrada promesa
de ir a tus brazos
que amantes me esperan.
Llegado a tus lares,
al volver a la casa risueña
en que envejeciendo
meditas mi ausencia,
ungirán las heridas de tu alma
mis frases ingenuas
mis versos antiguos,
al hablarte en la alcoba discreta
que el dolor peculiar de otros días
en su ambiente amoroso conserva.

Volveré... mas hoy no, que es preciso
dar también al cariño una tregua,
y por eso de todos mis lutos
la cruz llevo a cuestas
sin que alumbre la luz de tus ojos
mi árida senda.
La sola ventura
que en la vía penosa me resta
es creer que al llamar a tu casa
mi mano de viejo que débil golpea,
no hallará a mi piadoso reclamo
cerradas las puertas.

No desmayes: espera y confía:
que buscando la dicha perpetua
de hospedar mi ternura en tu casa
me verás, apoyado en la reja,
una tarde sombría de invierno
retornar por la mustia vereda
para que se cumpla
la antigua promesa,
y llena de canas
la triste cabeza,
llamar a tu alma,
tocar a tu puerta.

El Candil

EL CANDIL


A Alejandro Quijano


En la cúspide radiante

que el metal de mi persona

dilucida y perfecciona,

y en que una mano celeste

y otra de tierra me fincan

sobre la sien la corona;

en la orgía matinal

en que me ahogo en azul

y soy como un esmeril

y central y esencial como el rosal;

en la gloria en que melifluo

soy activamente casto

porque lo vivo y lo inánime

se me ofrece gozoso como pasto;

en esta mística gula

en que mi nombre de pila

es una candente cábala

que todo lo engrandece y lo aniquila;

he descubierto mi símbolo

en el candil en forma de bajel

que cuelga de las cúpulas criollas

su cristal sabio y su plegaria fiel.

¡Oh candil, oh bajel, frente al altar

cumplimos, en dúo recóndito,

un solo mandamiento: venerar!

Embarcación que iluminas

a las piscinas divinas:

en tu irisada presencia

mi humildad se esponja y se anaranja,

porque en la muda eminencia

están anclados contigo

el vuelo de mis gaviotas

y el humo sollozante de mis flotas.

¡Oh candil, oh bajel: Dios ve tu pulso

y sabe que anonadas

en las cúpulas sagradas

no por decrépito ni por insulso!

Tu alta oración animas

con el genio de los climas.

Tú conoces el espanto

de las islas de leprosos,

el domicilio polar

de los donjuanescos osos,

la magnética bahía

de los deliquios venéreos,

las garzas ecuatoriales

cual escrúpulos aéreos,

y por ello ante el Señor

paralizas tu experiencia

como el olor que da tu mejor flor.

Paralelo a tu quimera,

cristalizo sin sofismas

las brasas de mi ígnea primavera,

enarbolo mi júbilo y mi mal

y suspendo mis llagas como prismas.

Candil, que vas como yo

enfermo de lo absoluto,

y enfilas la experta proa

a un dorado archipiélago sin luto;

candil, hermético esquife:

mis sueños recalcitrantes

enmudecen cual un cero

en tu cristal marinero,

inmóviles excelsos y adorantes.


Memorias Del Circo

MEMORIAS DEL CIRCO

A Carlos González Peña


Los circos trashumantes,

de lamido perrillo enciclopédico

y desacreditados elefantes,

me enseñaron la cómica friolera

y las magnas tragedias hilarantes.

El aeronauta previo,

colgado de los dedos de los pies,

era un bravo cosmógrafo al revés

que, si subía hasta asomarse al Polo

Norte, o al Polo Sur, también tenía

cuestiones personales con Eolo.

Irrumpía el payaso

como una estridencia

ambigua, y era a un tiempo

manicomio, niñez, golpe contuso,

pesadilla y licencia.

Amábanlo los niños

porque salía de una bodega mágica

de azúcares. Su faz sólo era trágica

por dos lágrimas sendas de carmín.

Su polvorosa apariencia toleraba

tenerlo por muy limpio o por muy sucio,

y un cónico bonete era la gloria

inestable y procaz de su occipucio.

El payaso tocaba a la amazona

y la hallaba de almendra,

a juzgar por la mímica fehaciente

de toda su persona

cuando llevaba el dedo temerario

hasta la lengua cínica y glotona.

Un día en que el payaso dio a probar

su rastro de amazona al ejemplar

señor Gobernador de aquel Estado,

comprendí lo que es

Poder Ejecutivo aturrullado.

¡Oh remoto payaso: en el umbral

de mi infancia derecha

y de mis virtudes recién nacidas

yo no puedo tener una sospecha

de amazonas y almendras prohibidas!

Estas almendras raudas

hechas de terciopelos y de trinos

que no nos dejan ni tocar sus caudas...

Los adioses baldíos

a las augustas Evas redivivas

que niegan la migaja, pero inculcan

en nuestra sangre briosa una patética

mendicidad de almendras fugitivas...

Había una menuda cuadrumana

de enagüilla de céfiro

que, cabalgando por el redondel

con azoros de humana,

vencía los obstáculos de inquina

y los aviesos aros de papel.

Y cuando a la erudita

cavilación de Darwin

se le montaba la enagüilla obscena,

la avisada monita

se quedaba serena.

como ante un espejismo,

despreocupada lastimosamente

de su desmantelado transformismo.

La niña Bell cantaba:

«Soy la paloma errante»;

y de botellas y de cascabeles

surtía un abundante

surtidor de sonidos

acuáticos, para la sed acuática

de papás aburridos,

nodriza inverecunda

y prole gemebunda.

¡Oh memoria del circo! Tú te vas

adelgazando en el frecuente síncope

del latón sin compás;

en la apesadumbrada

somnolencia del gas;

en el talento necio

del domador aquel que molestaba

a los leones hartos, y en el viudo

oscilar del trapecio...


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