Vicente Aleixandre

Vicente Aleixandre

1898-04-26 Sevilha, Espanha
1984-12-14 Madrid, Espanha
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Premios y Movimientos

Nobel 1977Surrealismo

Algunos Poemas

Destino Trágico

Confundes ese mar silencioso que adoro
con la espuma instantánea del viento entre los árboles.

Pero el mar es distinto.
No es viento, no es su imagen.
No es el resplandor de un beso pasajero,
ni es siquiera el gemido de unas alas brillantes.

No confundáis sus plumas, sus alisadas plumas,
con el torso de una paloma.
No penséis en el pujante acero del águila.
Por el cielo las garras poderosas detienen el sol.
Las águilas oprimen a la noche que nace,
la estrujan -todo un río de último resplandor va a los
mares-
y la arrojan remota, despedida, apagada,
allí donde el sol de mañana duerme niño sin vida.

Pero el mar, no. No es piedra,
esa esmeralda que todos amasteis en las tardes sedientas.
No es piedra rutilante toda labios tendiéndose,
aunque el calor tropical haga a la playa latir,
sintiendo el rumoroso corazón que la invade.

Muchas veces pensasteis en el bosque.
Duros mástiles altos,
árboles infinitos
bajo las ondas adivinasteis poblados de unos pájaros de espumosa
blancura.
Visteis los vientos verdes
inspirados moverlos,
y escuhasteis los trinos de unas gargantas dulces:
ruiseñor de los mares, noche tenue sin luna,
fulgor bajo las ondas donde pechos heridos
cantan tibios en ramos de coral con perfume.

Ah, sí, yo sé lo que adorasteis.
Vosotros pensativos en la orilla,
con vuestra mejilla en la mano aún mojada,
mirasteis esas ondas, mientras acaso pensabais en un cuerpo:
un solo cuerpo dulce de un animal tranquilo.
Tendisteis vuestra mano y aplicasteis su calor
a la tibia tersura de una piel aplacada.
¡Oh suave tigre a vuestros pies dormido!

Sus dientes blancos visibles en las fauces doradas,
brillaban ahora en paz. Sus ojos amarillos,
minúsculas guijas casi de nácar al poniente,
cerrados, eran todo silencio ya marino.
Y el cuerpo derramado, veteado sabiamente de una onda poderosa,
era bulto entregado, caliente, dulce solo.

Pero de pronto os levantasteis.
Habíais sentido las alas oscuras,
envío mágico del fondo que llama a los corazones.
Mirasteis fijamente el empezado rumor de los abismos.
¿Qué formas contemplasteis? ¿Qué signos,
inviolados,
qué precisas palabras que la espuma decía,
dulce saliva de unos labios secretos
que se entreabren, invocan, someten, arrebatan?
El mansaje decía...

Yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado
movió vuestros vestidos iluminados por el poniente
trágico.
Vi vuestra cabellera alzarse traspasada de luces,
y desde lo alto de una roca instantánea
presencié vuestro cuerpo hendir los aires
y caer espumante en los senos del agua;
vi dos brazos largos surtir de la negra presencia
y vi vuestra blancura, oí el último grito,
cubierto rápidamente por los trinos alegres de los
ruiseñores del fondo.

La Muerte

¡Ah! Eres tú, eres tú, eterno nombre sin fecha,
bravía lucha del mar con la sed,
cantil todo de agua que amenazas hundirte
sobre mi forma lisa, lámina sin recuerdo.

Eres tú, sombra del mar poderoso,
genial rencor verde donde todos los peces son como piedras por el aire,
abatimiento o pesadumbre que amenazas mi vida
como un amor que con la muerte acaba.

Mátame si tú quieres, mar de plomo impiadoso,
gota inmensa que contiene la tierra,
fuego destructor de mi vida sin numen
aquí en la playa donde la luz se arrastra.

Mátame como si un puñal, un sol dorado o lúcido,
una mirada buida de un inviolable ojo,
un brazo prepotente en que la desnudez fuese el frío,
un relámpago que buscase mi pecho o su destino...

¡Ah, pronto, pronto; quiero morir frente a ti, mar,
frente a ti, mar vertical cuyas espumas tocan los cielos,
a ti cuyos celestes peces entre nubes
son como pájaros olvidados del hondo!

Vengan a mí tus espumas rompientes, cristalinas,
vengan los brazos verdes desplomándose,
venga la asfixia cuando el cuerpo se crispa
sumido bajo los labios negros que se derrumban.

Luzca el morado sol sobre la muerte uniforme.
Venga la muerte total en la playa que sostengo,
en esta terrena playa que en mi pecho gravita,
por la que unos pies ligeros parece que se escapan.

Quiero el color rosa o la vida,
quiero el rojo o su amarillo frenético,
quiero ese túnel donde el color se disuelve
en el negro falaz con que la muerte ríe en la boca.

Quiero besar el marfil de la mudez penúltima,
cuando el mar se retira apresurándose,
cuando sobre la arena quedan sólo unas conchas,
unas frías escamas de unos peces amándose.

Muerte como el puñado de arena,
como el agua que en el hoyo queda solitaria,
como la gaviota que en medio de la noche
tiene un color de sangre sobre el mar que no existe.

Mirada Final (muerte Y Reconocimiento)

La soledad, en que hemos abierto los ojos.
La soledad en que una mañana nos hemos despertado, caídos,
derribados de alguna parte, casi no pudiendo reconocernos.
Como un cuerpo que ha rodado por un terraplén
y, revuelto con la tierra súbita, se levanta y casi no puede
reconocerse.
Y se mira y se sacude y ve alzarse la nube de polvo que él no
es, y ve aparecer sus miembros,
y se palpa: «Aquí yo, aquí mi brazo, y este mi
cuerpo, y esta mi pierna, e intacta está mi cabeza»;
y todavía mareado mira arriba y ve por dónde ha rodado,
y ahora el montón de tierra que le cubriera está a sus
pies y él emerge,
no sé si dolorido, no sé si brillando, y alza los ojos
y el cielo destella
con un pesaroso resplandor, y en el borde se sienta
y casi siente deseos de llorar. Y nada le duele,
pero le duele todo. Y arriba mira el camino,
y aquí la hondonada, aquí donde sentado se absorbe
y pone la cabeza en las manos; donde nadie le ve, pero un cielo azul
apagado parece lejanamente contemplarle.
Aquí, en el borde del vivir, después de haber rodado
toda la vida como un instante, me miro.
Esta tierra fuiste tú, amor de mi vida? ¿Me preguntaré
así cuando en el fin me conozca, cuando me reconozca y despierte,
recién levantado de la tierra, y me tiente, y sentado en la
hondonada, en el fin, mire un cielo piadosamente brillar?

No puedo concebirte a ti, amada de mi existir, como solo una tierra
que se sacude al levantarse, para acabar cuando el largo rodar de la vida
ha cesado.
No, polvo mío, tierra súbita que me ha acompañado
todo el vivir.
No, materia adherida y tristísima que una postrer mano, la mía
misma, hubiera al fin de expulsar.
No: alma más bien en que todo yo he vivido, alma por la que
me fue la vida posible
y desde la que también alzaré mis ojos finales
cuando con estos mismos ojos que son los tuyos, con los que mi alma
contigo todo lo mira,
contemple con tus pupilas, con las solas pupilas que siento bajo los
párpados,
en el fin el cielo piadosamente brillar.
Poeta español que obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1977. En 1934 ya había conseguido el Premio Nacional de Literatura y desde 1949 fue miembro de la Real Academia Española. Nació en Sevilla, pasó la infancia en Málaga y a los trece años se trasladó a Madrid. Estudió Derecho y Comercio y fue profesor de Derecho Mercantil de 1920 a 1922. En 1925, durante una grave enfermedad, empezó a escribir poesía. El primer libro que publicó fue Ambito, de 1928, donde muestra interés por la naturaleza y ofrece el conocimiento que posibilita la pasión. En los siguientes, Espadas como labios, de 1932, y Pasión de la tierra, de 1935, incorpora plenamente el surrealismo a la poesía castellana y el poeta aparece como el que transmite los mensajes del cosmos. En Sombra del paraíso, de 1944, la naturaleza, asunto fundamental en su poesía hasta entonces, se tiñe con tonos elegíacos al cantar el mundo que había perdido el poeta debido a la Guerra Civil española. Mundo a solas, de 1950, y Nacimiento último, de 1953, también son mucho menos herméticos y expresan un universo dolorido, aunque equilibrado. Historia del corazón, de 1954, supuso el inicio de lo que el propio Aleixandre consideró un nuevo ciclo. El poeta vuelve a contemplar la realidad, no desde el punto de vista del cosmos, sino del hombre histórico en su poemario de 1962, titulado En un vasto dominio. Poemas de la consumación, de 1968, exalta la juventud a la que considera la única realidad valiosa de la existencia desde una vejez donde acecha la muerte. De un estilo elíptico y descarnado se puede caracterizar probablemente toda la obra de Aleixandre, que culmina en Diálogos del conocimiento, de 1974, y, póstumamente, En gran noche, de 1991, que incluye varios poemas inéditos. Su obra en prosa, Los encuentros, de 1958 y 1985, se ocupa de escritores españoles, desde Baroja y Unamuno, a sus contemporáneos y amigos más jóvenes. Aleixandre supuso una influencia capital en los poetas españoles posteriores.  
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