Algunos Poemas

Primavera Invisible

¡Qué caso tan peregrino
un año sin primavera!...
Pasó sin que yo la viera
¿o es tal vez mi desatino?

¿Qué bandos de ruiseñores
en la arboleda cantaron
y que a millares brotaron
y se agostaron las flores?

¿De qué modo, cómo, cuándo
eso pasó, Emilio, di?
O yo nada percibí
o todo lo estás soñando.

¿Qué tamaña desventura
me gritaba en los oídos
que de esos claros sonidos
ni el rumor sentí, criatura?

¿Adónde estaban mis ojos
que no han visto en los collados
tantos lirios azulados
y tantos pimpollos rojos?

¡Yo que soñaba impaciente
con la nueva primavera!
¡Yo que su rosa primera
aguardaba atentamente!

¡Perderla así de ese modo
sin haberla contemplado!
¡Ay, Emilio! yo he cegado
o tú lo has soñado todo.

De las bellas estaciones
adoro, Emilio, el placer,
y no quisiera perder
ni uno solo de sus dones.

Mas sin duda comprimidos
con fortísima tristeza
yo he tenido en mi cabeza
medio muertos los sentidos.

Y cuando al cabo despierto
de mi letargo penoso
hallo un estío ardoroso
y hallo un campo ya desierto.

Ansia de felicidad,
me devora el alma mía,
mas por acaso me guía
su instinto a la adversidad.

Y yo pienso que ha de ser
porque en mi pecho doliente
alienta imperfectamente
el sentido del placer.

Y amo, y busco la aflicción
porque en su grande sentir
a sus anchuras latir
puede sólo el corazón.

Por eso los ruiseñores
que sonaron no escuché,
ni he visto, aunque las busqué
en los campos, esas flores.

Por eso la primavera,
que tú dices que pasó,
aunque la aguardaba yo
paso sin que yo la viera.

Versos Improvisados Con Varios Motivos La Empresa Del Ferrocarril De Extremadura

Bien llegados a España, caballeros.
Esta joven nación, su tierra pura
os brinda a los amigos extranjeros
que lecciones la ofrecen de cultura:
por el terso carril marchen ligeros
los hijos de la rica Extremadura,
vuestras artes, y ciencias y portentos
a igualar y vencer con sus talentos.

¡O mi pueblo, sencillo patriarca
tan agreste pacífico y tan rudo,
de ferrados-carriles tu comarca
van a ornar, y ya en vez del torpe y mudo
buey que sus pasos por minutos marca
¡rodará gran vapor!... ¿Quién tanto pudo?
¿Qué impulso, qué vigor, qué movimiento
pone a tan bella fábrica el cimiento?

Hay una tierra, en medio el Océano
donde O''Connell nació y a Byron cuenta,
¿qué reino hallar más fuerte y soberano
que la patria feliz que a ambos alienta?
Pues ya del genio y del poder Britano
tanto el raudal inmenso se acrecienta
que sus diques rompiendo a inundar pasa
el virgen suelo que de sed se abrasa.

Ya corren hasta aquí sus manantiales;
ya el campo bebe su copioso riego;
ya florecen brillando a sus cristales
el extremeño prado y el manchego.
¡Ay! los que tal pobreza y tantos males
en la guerrera lucha a sangre y fuego,
soportaron pacientes, ¿cómo ahora,
dicha comprenderán tan seductora?

Agriado el corazón por los azares,
perdida en desengaños la esperanza,
nada aguardamos ya sino pesares,
sólo en el mal tenemos confianza;
por eso hacia la gente de los mares
torva la vista, y suspicaz se lanza
y rechazando el bien porque suspira
responde el español: «Fraude, mentira».

Empero, no a los hijos de Bretaña
que nos tendieron las amigas manos
cuando el Coloso amenazó a la España
deben temer los nobles castellanos;
antes bien recordar la fiel campaña
que hicieron los dos reinos como hermanos
para que aliento infunda a la memoria
de Wellington su lauro y nuestra gloria.

¡Por qué ese recelar eterno y triste!
¡Por qué en el porvenir tal desconsuelo!
¡Por qué así nuestro espíritu reviste
con su negro color el blanco cielo!
Tal vez el hado en el rencor desiste
con que siguió nuestro cefrado suelo,
y su primer sonrisa alegremente
nos muestra en el camino reluciente.

¡Cuánta prosperidad, cuánta grandeza!
¡Cuán fecundos los montes hoy salvajes
pavimentos darán con su corteza,
moradas ornarán con sus ramajes!;
cuántos pueblos, alzando la cabeza
por contestar de Europa a los ultrajes
«venid aquí —dirán— pueblos hambrientos,
¡que nosotros estamos opulentos!»

Última Tarde En Andalucía

En despedidas nuestra vida pasa
cada día un adiós ¡ay triste vida!
¡que siendo vida en tiempo tan escasa,
la hayamos de pasar tan afligida!
Aun el de ayer nuestra mejilla abrasa
llanto de la postrera despedida,
y hoy se agolpa a los ojos otro tanto...
¡qué lluvia tan perenne es la del llanto!

Yo que no dejo hogar en que viviera,
una piedra ni un árbol conocido,
sin que al mirarlo por la vez postrera
no me arranque una lágrima, un gemido;
paso en lamentación mi vida entera:
mas ¿cómo sin lamentos me despido?
¿cómo no ha de llorar el alma mía
cuando te pierdo, hermosa Andalucía?

Hasta al mismo dolor si se despide
le damos al pasar una mirada,
una mirada que el espacio mide
de aquella hora en su región pasada.
¿Cómo podéis pensar que el bien se olvide?
¿cómo podéis querer que yo olvidada
de esta hermosa y dulcísima ribera
no le dé ni una lágrima siquiera?

Las bellas tardes que pasé a su orilla
¿sabéis que fueron para mí muy bellas?
¿sabéis que de la barca más sencilla
gozo en seguir las relucientes huellas?
¿sabéis que es más hermosa cuando brilla
aquí la luna, el sol y las estrellas,
y que voy a sufrir más desconsuelo
cuando me aleje de tan claro cielo?

¿Sabéis que necesito en este ambiente
ahogarme en azahar, morirme en rosas
para aliviar mi corazón doliente,
de emociones muy tristes, muy penosas?
¿sabéis que he menester la luz candente
de esas puras mañanas vaporosas,
aspirar de estos huertos en la calma,
para alejar el tedio de mi alma?

¿Habéis mirado el agua en la llanura
cuando se oculta el sol en la arboleda,
los árboles bañando y la frescura
y la fragancia que al bañarlos queda
habéis sentido allí... ¡Ah! qué ternura
inspira el son del agua cuando rueda
por los campos de acacia perfumados
y sus ecos muriendo en los collados.

¡O amiga tierra! ¡O vale regalado!
O sol ardiente, sol de Mediodía,
como al insecto yerto has reanimado
mi ser que en el dolor languidecía;
en pago al caro bien que tú me has dado
te doy mi corazón en mi poesía,
y aunque la hieran con su diente insano
canes que al darles pan muerden la mano.

Poco y amargo a su mortal fiereza
hoy mi mano en mis versos les envía,
porque abrasa la fiebre mi cabeza
y no puedo cantar como quería;
yo me llevo conmigo la tristeza,
pero dejar quisiera la alegría,
y no puedo... me ahogo... esfuerzo el canto,
y en vez ¡ay! de cantar prorrumpo en llanto.

Mérida

¡Cómo en tierra postrada
sin fuerzas yace, quebrantada llora
y sola y olvidada
en su tristeza ahora,
la que opulenta fue, grande y señora!

¡Cómo yace abatida
Emérita infeliz, ya su cabeza
en polvo confundida,
perdida su belleza,
perdido el esplendor y la grandeza!

La que fue celebrada
en los cantos sin fin de sus guerreros,
sólo escucha humillada
de búhos agoreros
los clamorosos ecos lastimeros.

¡Ay Dios, que en torno de ella
los tristes ojos con dolor vagaron,
y sólo amarga huella
de los siglos hallaron,
que su brillo y beldad en pos llevaron!

Allí el pasado brío
restos de gloria en soledad revelan,
que en ademán sombrío
entre el escombro velan
sombras livianas, que a su pie revuelan.

Y el arco majestoso
de Trajano, en los siglos venerado,
allí, inmoble coloso,
el cuerpo descarnado
y la atezada faz levanta airado.

Mas ¡ay! que ni las huellas
de los soberbios templos se salvaron,
ni ceniza de aquellas
torres que se ostentaron,
y a la matrona bella coronaron.

Allá bajo la puente,
de otra edad más feliz reliquia anciana,
camina lentamente
por la vereda llana
el perezoso y lánguido Guadiana.

«¡Emérita!» murmura
el onda gemidora lamentando
su triste desventura,
y el polvo recalando,
y los cimientos lúgubres bañando.

Anciano compañero,
testigo fue de sus pasadas glorias,
arrulló lisonjero
sus triunfos y victorias,
y ora lamenta el fin de sus historias.

A su orilla callada
venid vosotros, que pulsáis divinos
la cítara sagrada,
y los campos vecinos
llenad de vuestros cantos peregrinos.

De Emérita olvidada
cantad, poetas, con sentido acento
la suerte desdichada,
y el fúnebre lamento
hiera las aguas y lastime el viento.
Carolina Coronado
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