Manuel Gutiérrez Nájera

Manuel Gutiérrez Nájera

1859-12-22
1895-02-03
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Algunos Poemas

La Serenata De Schubert

¡Oh, qué dulce canción! Límpida brota
esparciendo sus blandas armonías,
y parece que lleva en cada nota
muchas tristezas y ternuras mías.
¡Así hablara mi alma... si pudiera!
Así dentro del seno,
se quejan, nunca oídos, mis dolores.
Así, en mis luchas, de congoja lleno,
digo a la vida: —¡Déjame ser bueno!
¡Así solllozan todos mis amores!

¿De quién es esa voz? Parece alzarse
junto del lago azul, noche quieta,
subir por el espacio, y desgranarse
al tocar el cristal de la ventana
que entreabre la novia del poeta...
¿No la oís como dice: —Hasta mañana?
¡Hasta mañana, amor! El bosque espeso
cruza, cantando, el venturoso amante,
y el eco vago de su voz distante
decir parece: «¡Hasta mañana, beso!»

¿Por qué es preciso que la dicha acabe?
¿Por qué la novia queda en la ventana
y a la nota que dice: ¡hasta mañana!
el corazón responde: ¿quién lo sabe?

¡Cuántos cisnes jugando en la laguna!
¡Qué azules brincan las traviesas olas!
En el sereno ambiente ¡cuánta luna!
mas las almas ¡qué tristes y qué solas!
En las ondas de plata
De la atmósfera tibia y transparente,
como una Ofelia náufraga y doliente,
va flotando la tierna serenata...
Hay ternura y dolor en ese canto,
y tiene esa amorosa despedida
la transparencia nítida del llanto
¡y la inmensa tristeza de la vida!

¿Qué tienen esas notas? ¿Por qué lloran?
Parecen ilusiones que se alejan...
Sueños amantes que piedad imploran,
y como niños huérfanos ¡se quejan!
Bien sabe el trovador cuán inhumana
para todos los buenos es la suerte...
Que la dicha es de ayer... y que «mañana»
es el dolor, la oscuridad ¡la muerte!
El alma se compunge y estremece
al oír esas notas sollozadas...
¡Sentimos, recordamos, y parece
que surgen muchas cosas olvidadas!

Un peinador muy blanco y un piano.
Noche de luna y de silencio afuera...
Un volumen de versos en mi mano
y en el aire, y en todo ¡primavera!
¡Qué olor de rosas frescas! En la alfombra
¡qué claridad de luna! ¡qué reflejos!
¡Cuántos besos dormidos en la sombra,
y la muerte, la pálida, qué lejos!
En torno al velador, niños jugando...
La anciana, que en silencio nos veía...
Schubert en su piano sollozando,
y en mi libro, Musset con su Lucía.
¡Cuántos sueños en mi alma y en tu alma!
¡Cuántos hermosos versos! ¡cuántas flores!
En tu hogar apacible ¡cuánta calma!
Y en mi pecho ¡qué inmensa sed de amores!

¡Y todo ya muy lejos! ¡todo ido!
¿En dónde está la rubia soñadora?
¡Hay muchas aves muertas en el nido,
y vierte muchas lágrimas la aurora!
...Todo lo vuelvo a ver... ¡pero no existe!
Todo ha pasado ahora... ¡y no lo creo!
Todo está silencioso, todo triste...
¡Y todo alegre, como entonces, veo!
Esta es la casa... ¡su ventana aquélla!
Ése, el sillón en que bordar solía...
La reja verde... y la apacible estrella
que mis nocturnas pláticas oía.
Bajo el cedro robusto y arrogante
que allí domina la calleja oscura,
por la primera vez y palpitante
estreché con mis brazos, su cintura.
¡Todo presente en mi memoria queda!
La casa blanca, y el follaje espeso...
El lago azul... el huerto... la arboleda,
donde nos dimos, sin pensarlo, un beso.
Y te busco, cual antes te buscaba,
y me parece oírte entre las flores
cuando la arena del jardín rozaba
el percal de tus blancos peinadores!

¡Y nada existe ya! Calló el piano...
Cerraste, virgencita, la ventana...
y oprimiendo mi mano con tu mano,
me dijiste también: ¡Hasta mañana!
¡Hasta mañana!... Y el amor risueño
no pudo en tu camino detenerte!...
Y lo que tú pensaste que era el sueño,
fue sueño, pero inmenso: ¡el de la muerte!

¡Ya nunca volveréis, noches de plata
ni unirán en mi alma su armonía,
Schubert, con su doliente serenata
y el pálido Musset con su Lucía!

Por La Ventana

Prostituir al amor... llegar artero,
de noche, entre las sombras recatado
esquivando los pasos y, mañero,
la faz hundida y el embozo alzado.

Tender la escala; con la vista alerta
trepar por la pared que se desgrana,
y a donde todos entran por la puerta,
entrar como ladrón, por la ventana.

Apagada la luz, hablando quedo,
temerosos, convulsos, vergonzantes,
sintiendo juntos el amor y el miedo
contar con avaricia los instantes.

Querer que calle hasta el reloj pausado
que cuelga en la pared, alto y sombrío;
ser joven, ser amante, ser amado,
y, estando juntos, tiritar de frío.

Sentir el hielo que en las venas cunde
cuando los nervios crispa el sobresalto;
y maldecir a luna, si difunde
su delatora luz desde lo alto.

Buscar lo más oscuro de la alcoba,
y ver con vago miedo las junturas
por donde entra la luz, como quien roba
cobarde, vil, con antifaz y a oscuras.

Y temblar de pavor, si ladra el perro,
y si las ondas de la fuente gimen;
de lo que es aire, sol, hacer encierro;
de lo que es un derecho, hacer un crimen.

Besar con miedo, sin rumor, aprisa,
ir siempre de puntillas por la alfombra,
y si al cristal hizo crujir la brisa,
temblar, pensando que una voz nos nombra.

Cuando canta la alondra, retirarse
atravesando la desierta sala,
y suspenso en el aire deslizarse,
como vil bandolero, por la escala.

Haber envenenado una existencia,
convertido en dolores el contento
y, huésped sepulcral de la conciencia,
albergar un tenaz remordimiento.

Ver encenderse su mejilla roja
temiendo acaso que el pavor la venza,
y al hablarle mirar que se sonroja
y que baja los ojos de vergüenza.

Ese no es el amor: amor robado
que se viste de falso monedero;
ese no es el amor que yo he soñado,
y si ese es el amor, yo no lo quiero.

A La Corregidora

Al viejo primate, las nubes de incienso;
al héroe, los himnos; a Dios, el inmenso
de bosques y mares solemne rumor;
al púgil que vence, la copa murrina;
al mártir, las palmas; y a ti —la heroína—
las hojas de acanto y el trébol en flor.

Hay versos de oro y hay notas de plata;
mas busco, señora, la estrofa escarlata
que sea toda sangre, la estrofa oriental:
y húmedas, vivas, calientes y rojas,
a mí se me tienden las trémulas hojas
que en gráciles redes columpia el rosal.

¡Brotad, nuevas flores! ¡Surgid a la vida!
¡Despliega tus alas, gardenia entumida!
¡Botones, abríos! ¡Oh mirtos, arded!
¡Lucid, amapolas, los ricos briales!
¡Exúberas rosas, los pérsicos chales
de sedas joyantes al aire tended!

¿Oís un murmullo que, débil, remeda
el frote friolento de cauda de seda
en mármoles tersos o limpio marfil?
¿Oís?...¡Es la savia fecunda que asciende,
que hincha los tallos y rompe y enciende
los rojos capullos del príncipe Abril!

¡Oh noble señora! La tierra te canta
el salmo de vida, y a ti se levanta
el germen despierto y el núbil botón,
el lirio gallardo de cáliz erecto,
y fúlgido, leve, vibrando, el insecto
que rasga impaciente su blanda prisión.

La casta azucena, cual tímida monja,
inciensa tus aras; la dalia se esponja
como ave impaciente que quiere volar;
y astuta, prendiendo su encaje a la piedra,
en corvos festones circunda la yedra,
celosa y constante, señora, tu altar.

El chorro del agua con ímpetu rudo,
en alto su acero, brillante y desnudo,
bruñido su casco, rizado el airón,
y el iris por banda, buscándote salta
cual joven amante que brinca a la alta
velada cornisa de abierto balcón.

Venid a la fronda que os brinda hospedaje
¡oh pájaros raudos de rico plumaje!
Los nidos aguardan: ¡venid y cantad!
Cantad a la alondra que dijo al guerrero
el alba anunciando: ¡Desnuda tu acero,
despierta a los tuyos... Es hora... Marchad!
Periodista y escritor mexicano, es uno de los más notables de su país. Nació y murió en la ciudad de México. Autodidacta, escribió crónicas sobre los más diversos temas, notas de viaje o críticas literarias, material que constituyó libros publicados póstumamente, como Hojas sueltas (1912) y Cuaresmas del Duque Job (1922). En 1894 fue cofundador de la Revista Azul, órgano del modernismo. Colaboró en unos cuarenta diarios y revistas utilizando numerosos seudónimos, como El cura de Jalatlaco, El Duque Job, Puck, Junius o Recamier. En prosa, al margen de su escritura periodística, hay que mencionar sus cuentos, de carácter poético, escritos con un humor irónico y abundante en imágenes. La música fue para él ejemplo de escritura. Pronto se separó del romanticismo (y de su vinculación política en México) y propuso una estética en la que la perfección formal es exactitud de vida. Poeta sin antecedentes, excepto las influencias de las escuelas francesas, la relación entre musicalidad y periodismo hace de sus poemas suntuosas obras líricas y al mismo tiempo exactas descripciones narrativas, a veces divertidas, a veces muy profundas. Es en este sentido un poeta que al mismo tiempo ve y oye. No sólo la totalidad del poema, sino cada una de sus imágenes tiene el peso exacto de lo cantado y lo contado. Sus Poemas se editaron al año de su muerte; entre ellos destacan La serenata de Schubert y Mis enlutadas.  
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Véase también

Juan nintendo
pobre
09/junio/2020
i
x(
06/febrero/2020

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