Algunos Poemas

Declaración De Odio

¡Porque ha llegado la hora del odio y vamos a caer,

los unos al lado de los otros, muertos, confundidos!

ARTURO SERRANO PLAJA

La ville folle qui remet tous les jours ses souliers

PAUL ÉLUARD

Esto no es un poema, es casi una "experiencia".

RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN



Estar simplemente como delgada carne ya sin piel,

como huesos y aire cabalgando en el alba,

como un pequeño y mustio tiempo

duradero entre penas y esperanzas perfectas.

Estar vilmente atado por absurdas cadenas

y escuchar con el viento los penetrantes gritos

que brotan del océano:

agonizantes pájaros cayendo en la cubierta

de los barcos oscuros y eternamente bellos,

o sobre largas playas ensordecidas, ciegas

de tanta fina espuma como miles de orquídeas.


Porque, ¡qué alto mar, sucio y maravilloso!

Hay olas como árboles difuntos,

hay una rara calma y una fresca dulzura,

hay horas grises, blancas y amarillas.

Y es el cielo del mar, alto cielo con vida

que nos entra en la sangre, dando luz y sustento

a lo que hubiera muerto en las traidoras calles,

en las habitaciones turbias de esta negra ciudad.

Esta ciudad de ceniza y tezontle cada día menos puro,

de acero, sangre y apagado sudor.


Amplia y dolorosa ciudad donde caben los perros,

la miseria y los homosexuales,

las prostitutas y la famosa melacolía de los poetas,

los rezos y las oraciones de los cristianos.

Sarcástica ciudad donde la cobardía y el cinismo son
alimento diario

de los jovencitos alcahuetes de talles ondulantes,

de las mujeres asnas, de los hombres vacíos.


Ciudad negra o colérica o mansa o cruel,

o fastidiosa nada más: sencillamente tibia.

Pero valiente y vigorosa porque en sus calles viven los días
rojos y azules

de cuando el pueblo se organiza en columnas,

los días y las noches de los militantes comunistas,

los días y las noches de las huelgas victoriosas,

los crudos días en que los desocupados adiestran su rencor

agazapados en los jardines o en los quicios dolientes.


¡Los días en la ciudad! Los días pesadísimos

como una cabeza cercenada con los ojos abiertos.

Estos días como frutas podridas.

Días enturbiados por salvajes mentiras.

Días incendiarios en que padecen las curiosas estatuas

y los monumentos son más estériles que nunca.


Larga, larga ciudad con sus albas como vírgenes
hipócritas,

con sus minutos como niños desnudos,

con sus bochornosos actos de vieja díscola y aparatosa,

con sus callejuelas donde mueren extenuados, al fin,

los roncos emboscados y los asesinos de la alegría.


Ciudad tan complicada, hervidero de envidias,

criadero de virtudes desechas al cabo de una hora,

páramo sofocante, nido blando en que somos

como palabra ardiente desoída,

superficie en que vamos como un tránsito oscuro,

desierto en que latimos y respiramos vicios,

ancho bosque regado por dolorosas y punzantes lágrimas,

lágrimas de desprecio, lágrimas insultantes.


Te declaramos nuestro odio, magnifica ciudad.

A ti, a tus tristes y vulgarísimos burgueses,

a tus chicas de aire, caramelos y films americanos,

a tus juventudes ice cream rellenas de basura,

a tus desenfrenados maricones que devastan

las escuelas, la plaza Garibaldi,

la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán.


Te declaramos nuestro odio perfeccionado a fuerza de sentirte cada
día más inmensa,

cada hora más blanda, cada línea más brusca.

Y si te odiamos, linda, primorosa ciudad sin esqueleto,

no lo hacemos por chiste refinado, nunca por neurastenia,

sino por tu candor de virgen desvestida,

por tu mes de diciembre y tus pupilas secas,

por tu pequeña burguesía, por tus poetas publicistas,

¡por tus poetas, grandísima ciudad!, por ellos y su
enfadosa categoría de descastados,

por sus flojas virtudes de ocho sonetos diarios,

por sus lamentos al crepúsculo y a la soledad interminable,

por sus retorcimientos histéricos de prometeos sin sexo

o estatuas del sollozo, por su ritmo de asnos en busca de una flauta.


Pero no es todo, ciudad de lenta vida.

Hay por ahí escondidos, asustados, acaso masturbándose,

varias docenas de cobardes, niños de la teoría,

de la envidia y el caos, jóvenes del «sentido práctico de la vida»,

ruines abandonados a sus propios orgasmos,

viles niños sin forma mascullando su tedio,

especulando en libros ajenos a lo nuestro.

¡A lo nuestro, ciudadl, lo que nos pertenece,

lo que vierte alegría y hace florecer júbilos,

risas, risas de gozo de unas bocas hambrientas,

hambrientas de trabajo,

de trabajo y orgullo de ser al fin varones

en un mundo distinto.


Así hemos visto limpias decisiones que saltan

paralizando el ruido mediocre de las calles,

puliendo caracteres, dando voces de alerta,

de esperanza y progreso.

Son rosas o geranios, claveles o palomas,

saludos de victoria y puños retadores.

Son las voces, los brazos y los pies decisivos,

y los rostros perfectos, y los ojos de fuego,

y la táctica en vilo de quienes hoy te odian

para amarte mañana cuando el alba sea alba

y no chorro de insultos, y no ríoo de fatigas,

y no una puerta falsa para huir de rodillas.

1937

La Rosa Primitiva

Escribo bajo el ala del ángel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.
Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.
Hacia el amor, las manos, y en las manos, gimiendo,
hojas de yerba amarga del pensamiento gris,
secas raíces de una melancolía sin huesos,
la danza del deseo muerto a vuelta de esquina
y un sollozo frustrado gracias a la ternura.
Hacia el amor, sonrisas, y en ellas, como almas,
el malogrado espíritu de un mensaje que un día
cobró cierta estructura, y que hoy, entorpecido,
circula por las venas.

Nunca digas a nadie que tienes la verdad en un puño,
o que a tus plantas, quieta, perdura la virtud.
Ama con sencillez, como si nada.
Sé dueño de tu infierno, propietario absoluto
de tu deseo y tus ansias, de tu salud y tus odios.
Fabrícate, en secreto, una ciudad sagrada,
y equilibra en su centro la rosa primitiva.
Al pueblo y a la hembra que enciendan cuanto hay en ti de hermoso,
y murmuren mensajes en tus oídos frágiles,
debes verlos con santa melancolía y un aire desdeñoso,
mandarlos hacia nunca, hacia siempre,
hacia ninguna parte...

Quédate con la rosa del calosfrío,
la rosa del espanto estatuario,
la inmaculada rosa de la calle,
la rosa de los pétalos hirientes,
la rosa-herrumbre del fiero desencanto,
la primitiva rosa de carne y desaliento,
la rosa fiel, la rosa que no miente,
la rosa que en tu pecho debe ser la paloma
del latido fecundo y el vivir con un pulso
de gran deseo hirviendo a flor de labio.

La rosa, en fin, de las espinas de oro
que nuestra piel desgarran y la elevan
hacia el sereno cielo de donde la poesía
nos llega mutilada, como ruinas del alba.

La Noche De La Perversión

El caracol del ansia, ansiosamente
se adhirió a las pupilas, y una especie de muerte
a latigazos creó lo inesperado.
A pausas de veneno, la desdichada flor de la miseria
nos penetró en el alma, dulcemente,
con esa lenta furia de quien sabe lo que hace.

Flor de la perversión, noche perfecta,
tantas veces deseable maravilla y tormenta.
Noche de una piedad que helaba nuestros labios.
Noche de a ciencia cierta saber por qué se ama.
Noche de ahogarme siempre en tu ola de miedo.
Noche de ahogarte siempre en mi sordo desvelo.

Noche de una lujuria de torpes niños locos.
Noche de asesinatos y sólo suave sangre.
Noche de uñas y dientes, mentes de calosfrío.
Noches de no oír nada y ser todo, imperfectos.
Hermosa y santa noche de crueles bestezuelas.

Y el caracol del ansia, obsesionante,
mataba las pupilas, y mil odiosas muertes
a golpes de milagro crearon lo más sagrado.
Fue una noche de espanto, la noche de los diablos.
Noche de corazones pobres y enloquecidos,
de espinas en los dedos y agua hirviendo en los labios.
Noche de fango y miel, de alcohol y de belleza,
de sudor como llanto y llanto como espejos.
Noche de ser dos frutos en su plena amargura:
frutos que, estremecidos, se exprimían a sí mismos.

Yo no recuerdo, amada, en qué instante de fuego
la noche fue muriendo en tus brazos de oro.
La tibia sombra huyó de tu aplastado pecho,
y eras una guitarra bellamente marchita.
Los cuchillos de frío segaron las penumbras
y en tu vientre de plata se hizo la luz del alba.
Poeta mexicano. Nacido en Silao (estado de Guanajuato), formó parte junto a Octavio Paz del grupo que editó la revista Taller (1938-1941), en la que participaron los escritores españoles exiliados en México. Sus temas van desde la poesía política y social al humor urbano y sexual, pero sus mayores logros se dieron en la lírica personal. En sus poemas sobre la ciudad de México y en sus "poemínimos" puso una nota de humor y desenfado en una época en la que este tono escaseaba en la poesía mexicana. Sus obras principales son: Absoluto amor (1935), Línea del alba (1936), Poemas de guerra y esperanza (1943), Los hombres del alba (1944), La rosa primitiva (1950), Los poemas de viaje 1949-1953 (1956), Estrella en alto (1956), La raíz amarga (1962), El Tajín (1963), Poemas prohibidos y de amor (1973), Los eróticos y otros poemas (1974), Estampida de poemínimos (1980) y Transa poética (1980). Murió en la ciudad de México.  
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